Elsapomagacín

Leonora: caballo de la noche

Bien lo sé: arder,
éste no otro, es mi significado.
Eugenio Montale

Por: Violeta Villalba·

Nada sucede por casualidad. A Leonora la encontré en la biblioteca casi desierta de mi abuelito. La portada de una segunda edición de Seix Barral es una fotografía a blanco y negro que muestra a Leonora Carrington en medio de dos hombres: Paul Éluard y Max Ernst. El poeta contempla el horizonte. El pintor se recuesta en el hombro de la artista, que lo abraza mirando a la cámara con una sonrisa sardónica.

Leonora, de Elena Poniatowska, es lo que llaman una biografía novelada o una novela biográfica. En el libro se percibe la tensión entre lo real y lo fabulado, sin que se noten siempre sus fronteras; y la duda permanece, sobre todo, en lo que respecta al mundo interno de Leonora, a lo que no vemosde ella.

Aquí me pregunto qué vale más para mí, ¿el artista o la obra?, ¿su modo de vivir (lo perecedero) o su creación (lo inmortal)? Me inclino por la segunda, sin embargo, quiero saber. Espulgar. Cavar. Pero no tanto. No va y sea que encuentre algo que no me guste. Y cuando eso pasa, ¿qué? ¿No vuelvo a ver, leer, escuchar su obra con los mismos ojos, los mismos oídos? Con qué derecho: el que esté libre de errores, que tire la primera piedra. Solo que: hay errores de errores. En fin, ahí va. La anticuada e inconclusa dicotomía.

Para mí, ponerle cuerpo histórico a un libro, una pintura, una escultura o una canción le agrega algo. Pero qué es ese algo: quizás la relación entre vida y arte. Me fascina cómo la infancia, ese sótano de luz oscura, puede llegar a iluminar una obra. Cómo la interioridad trepa hacia la superficie. Cómo el trauma y los instantes de felicidad se confabulan para la creación. La mente de Leonora, por ejemplo, traspasa los límites de su propia materialidad; ella, más que humana, se siente caballo: es el caballo de la noche. Ver y leer sus obras ignorando esto ya no es posible.

Leonora obsesiona. Ella, el personaje, la artista, la “novia del viento”, como la llamaba Max.

Al principio mencioné que nada viene al azar. Ahora me retracto de esta idea, o más bien me dan ganas de reformularla: puede que otros sucesos de la vida sean fortuitos, pero encontrar este libro no, o eso quiero creer: me muestra un sentido que relaciono con mi propia búsqueda y, de hecho, hace que confirme un viejo pálpito: andar el camino de la escritura requiere de mi parte exploración sin miedo —o atravesándolo, que es mejor—, desobediencia, sueño lúcido, transgresión y, sobre todo, fidelidad conmigo misma, siempre y cuando los principios a los que le sea fiel tengan la capacidad de expandirse y florecer: la propia rigidez puede convertirse en un muro ciego.

Por Elena me entero de que Leonora tenía visiones desde niña, delirios que usaron de excusa para echarla de los conventos donde la recluyeron —delirios que la salvaron, digo yo—. Desafió al papá y dejó la casa con tan solo veinte años. Se le oía decir: “Yo soy mi propia madre, mi propio padre”, una declaración con la que se erigió a imagen y semejanza propia; y esto me provoca admiración y terror al mismo tiempo. Necesitó valentía para romper con el mandato familiar y migrar hacia ella misma, único faro, estrella, ancla.

Se enamoró de Max Ernst, veintiséis años mayor que ella. Él la introdujo en el círculo de los surrealistas en cuyas obras dominan la fuerza del inconsciente, lo automático, los sueños y lo irracional. Se consideran un movimiento. Una revolución. Ella los ve como sus amigos, su familia, su medio natural. El estallido de la Segunda Guerra Mundial y la ausencia de Max (lo llevaron a varios campos de concentración, donde estuvieron recluidos artistas alemanes residentes en Francia por ser considerados “enemigos extranjeros”) desatan la locura en Leonora. Tras su salida de una clínica siquiátrica en España, llega a Portugal, donde se reencuentra con Max y los demás surrealistas. Sin embargo, ella ha cambiado. Intuye que su lugar está en otra parte, que debe pintar y escribir sobre la pesadilla del manicomio y, ante todo, alejarse de Max, el egoísta supremo. Llega a México, donde encuentra amistades y amores; donde tiene a sus hijos; donde pinta incansablemente y vive hasta el final de sus días.

Leonora encarna la capacidad para hacer de la angustia una herramienta de trabajo. Toma la experiencia para esculpirse, rehacerse y dejar un legado, en lugar de hundirse en ella misma. Pese a que terminar cada cuadro suponía la desolación, esta misma luego la elevaba hacia el siguiente lienzo, del que se agarraba con furor para internarse de nuevo en el círculo creativo. Un círculo vicioso, quizá, del que no podía, o no quería, evadirse. Como dice uno de los personajes del libro: “Cuando el artista se encuentra a sí mismo, está perdido. No encontrarse nunca es su único logro”. ¿Acaso es este el principio de la creación? ¿La insatisfacción que hace no dejar de buscar, aunque implique nunca encontrarse?

Leonora, para darse valor, como rezando, se repetía: “caballo, caballo, caballo…” ¿De qué letanías podríamos aferrarnos para seguir adelante con nuestro arte? ¿O al menos con esas cosas que nos dan tranquilidad y a la vez nos encienden por dentro? El mundo interior clama por revelarse a pesar de nuestros miedos: hay un instinto, una pasión que hará todo lo que sea necesario por arder.


· Licenciada en Filología e Idiomas de la Universidad Nacional y Máster en Escritura Creativa del Instituto Caro y Cuervo. En 2016, publiqué el poemario Fragmentaria con La Jaula Publicaciones y actualmente trabajo en dos libros. En 2021, traduje A través del espejo y lo que Alicia encontró allí de Lewis Carroll y en 2025, El Maravilloso mundo de Oz de Lyman Frank Baum con Panamericana Editorial. En 2022, participé en la traducción de los Cuentos completos de Virginia Woolf  de Editorial Planeta y gané la Beca de Traducción del Idartes, con la que se publicó una selección de El diccionario del Diablo de Ambrose Bierce en la Colección Libro al Viento en 2024. En ese año, publiqué Futilidad y otros retratos en el proyecto autogestivo Dosis Mínimas. Algunos de mis poemas, ensayos y traducciones aparecen en revistas como Raíz Invertida, La Trenza, Literariedad, Vasos Comunicantes, Sombralarga, Otro Páramo y El Malpensante.


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