@sergiozuluca

Maria José es un cadáver. Recorre las aguas de un gran embalse. La buscan por donde pudo haberse ahogado, pero ahora su cuerpo está lejos de la zona turística y llega a las aguas intermedias de un antiguo pueblo sumergido. Ese desplazamiento es narrado por una voz en tercera persona que la sigue y la proyecta hacia el lector, en el cuento Vista del abismo hacia arriba, de Tomás González.

Es un cuento de menos de cuatro páginas que, en mi opinión, es de esos que nos recuerda que hay un tipo de literatura que no se deja diseccionar en estructuras dramáticas, viajes del héroe o pesquisas de conflictos; que escribir un cuento también puede ser simplemente narrar un movimiento para que el lector se asome por una ventana y vea pasar una esfera sin bordes definidos.

De alguna manera, todos intuimos que hay poesía en un pueblo que permanece sumergido por décadas mientras la vida de afuera lo ignora. La literatura sirve, entonces, para ir tras esa intuición y crear un artefacto narrativo que explore las formas de esa poesía, el ritmo, el tono. En Vista de abismo hacia arriba, ese artefacto es un cadáver y el hecho de serlo direcciona —y enriquece— la relación particular del narrador con lo narrado: no se trata de un buzo cuyo punto de vista está atravesado por el logos, sino de un cuerpo que fue humano, pero que ahora deja de estar encerrado entre las fronteras del pensamiento. Su condición admite un punto de vista más difuso y experimental.

Con estos elementos, el narrador de esta historia nos sumerge en un desplazamiento que, más que llevarnos de un punto A a un punto B, nos permite movernos a través de las corrientes internas del embalse, salir a la superficie, acercarnos a la orilla y sentir cómo el viento nos vuelve a dirigir hacia el pueblo hundido. Pero no hay propósitos, giros dramáticos o conflictos en aquel movimiento impredecible. Quizá solo una creciente consciencia de cómo la muerte ilumina tramos ignorados de la vida.

Vista del abismo hacia arriba es el relato que le da el nombre al último título publicado por Tomás González y reúne cuentos en los que está presente un embalse que se parece mucho al de Guatapé. Un texto que me recordó al Tomás González de Verdor, uno de los mejores cuentos largos que he leído, y Primero estaba el mar, primera novela del autor y mi preferida de su obra.