Por: hvanegas
Profesor de literatura y de talleres de escritura creativa, Magnífico Delgado nos lleva a su salón de clase para que seamos testigos de sus obsesiones creativas, de los recovecos de su mente y de las pulsiones de su deseo.
Magnifico desea a sus alumnas, su deseo es erótico, pero nunca sale de su mente. ¿Su deseo es carnal? Yo digo que sí, pero no es su intención. Su deseo es creativo. Imagina a cada una de las 9 alumnas que tiene ese verano en una universidad de Estados Unidos. Construye vidas, logros, motivaciones, frustraciones de cada una de ellas con las pocas palabras que ellas pronuncian en clase, con las frases que escriben en los ejercicios que él pone en cada sesión. Todo pasa en su cabeza y eso, con la luz que nos alumbra, no deja de ser incómodo. La lectura de los dos primeros capítulos es perseguida por una pregunta constante sobre el camino que tomará la novela. ¿Se trata esto sobre las obsesiones sexuales de un hombre tímido? ¿Hay un cliché literario más cansón y también más pobre que ese? La respuesta no es contundente ni explícita en El origen del mundo, el título de la novela de Magnífico, pero es clara. No estamos lidiando con 200 páginas de otro incel escritor sino con un ensayo novelado sobre el erotismo de la creación literaria.
Magnífico imagina cómo se gesta la creación de los textos de sus alumnas en la medida que las sueña o las inventa y erotiza los gestos, las palabras, la presencia de ellas en el salón de clase solo porque su obsesión mayor está en el lenguaje y en la forma que toma en la expresión de cada una de ellas.
La novela dialoga con el cuadro de Courbet L’Origin du monde. Toma esa pintura por el valor de lo que representa a golpe de vista y por lo que el mundo del arte dice de ella y lo lleva a un plano intertextual sobre el origen de la creación literaria y de la inspiración en el arte. Las alumnas de Magnífico no aparecen en la novela con la crudeza desafiante y retadora de la representación femenina de Courbet, pero sí lo hacen en la manera que el cuadro del francés ha sido conceptualizado críticamente. Tanto para el profesor Delgado como para Courbet, la figura femenina es la fuente original del espíritu creativo, es el principio que mueve al erotismo y la sensualidad desde la nada hacia el arte.
En esta novela Gustavo Arango, el autor detrás de Magnífico Delgado, va más allá y propone, mostrando y sin decirlo como enseñan en los talleres de escritura, que el deseo que debe mover a los personajes y a sus historias en cuentos y novelas, es una metáfora del deseo humano como el que propone Spinoza en su Ética. La obra de arte nace de la sensualidad y el erotismo humanos, es expresión del deseo en su forma original.
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Como dije antes, la lectura fue incómoda para mí hace más de 10 años cuando el libro llegó a mis manos, y también hace unos días que lo releí para escribir estas líneas. Me demoré en percibir que detrás de las historias que Magnífico Delgado imaginaba de sus alumnas, llenas de descripciones sensuales, delicadas, elaboradas, había algo más que el deseo sexual reprimido de un profesor universitario de mediana edad.
Mi propio deseo, el deseo de saber para dónde iba esta historia incómoda en los hechos y placentera en la escritura tan delicada y expresiva de Gustavo Arango, me sostuvo en los pasajes más difíciles. Yo mismo estuve en uno de sus talleres, de los de Gustavo, y conocía los ejercicios creativos que Magnífico les proponía a sus alumnas. Yo también los había hecho en un curso intensivo de 3 días en Santa Elena. Los 10 minutos de escritura a mano sin parar a corregir ni a pensar demasiado en la forma, dejándose llevar por la primera frase, la famosa “recuerdo que…”, los juegos con adjetivos, sustantivos y verbos escritos en papelitos, el desahogo en una hoja que nadie leerá y que quemamos en un ritual con tintes místicos apenas apropiado para las montañas de Santa Elena, todos ellos también están en las clases del profesor Delgado y sus alumnas. Ellas luchan con cada uno y Delgado erotiza esas luchas en el fondo de su mente. No pude no imaginar yo también lo que Gustavo pensaría sobre las mujeres que participaron en aquel taller en el que estuve. La gran diferencia es que ninguno de los que estuvimos allí tuvo la disciplina para seguir ejercitando su escritura hasta las últimas consecuencias como sí lo hace el protagonista de El origen del mundo.
Solo el disfrute que me produce la prosa de Gustavo Arango me sostuvo en la relectura de la novela. 10 años después por fin pude ver lo que esos ejercicios de apariencia simple logran con la disciplina y la repetición como si de un gimnasio de los de botella de agua y enterizo de moda se tratara. Ágil y cuidada como dicen los críticos, por supuesto. Delicada y expresiva también. Rica en metáforas, jamás redundante. No le sobran figuras ni palabras. La historia se desliza sobre ellas con vitalidad sin quedarse en la superficie del disfrute verbal o de la forma. Es la única manera en que una novela con historia sencilla es a la vez un ensayo crítico sobre la creación literaria y no es un despliegue de erudición soso que espanta lectores.
Para quien le interese entrar en la extensa obra de Gustavo Arango, El origen del mundo puede ser una buena puerta.

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