Elsapomagacín

Casas vacías, Brenda Navarro

@sebastian_gaviria.q

Este libro de Brenda Navarro no se viene con rodeos. Desde el principio pone el problema frente al lector: una mujer pierde de vista a su hijo en un parque de México por atender un chat que sostiene con su amante, con quien nunca sintetizó algo más estable aunque es el veradero padre de su hijo. O sea: una mamá pierde a su hijo por estar chateando con el papá-amante.

Unas páginas más adelante –no muchas, en realidad–, nos enteramos de que fue otra mujer quien se robó al niño, una que tiene en la cabeza el mandato de la maternidad, de la familia, de los hijos, de la felicidad. Una mujer cuyas condiciones materiales inhiben cualquier posibilidad de salir de un círculo tóxico y delirante. Es decir: una mujer pobre quiere ser madre para simular un discurso y se roba un niño.

Desde las primeras páginas sabemos pues que la historia va sobre la pesadilla de la maternidad y sobre la pérdida y sobre el machismo rampante que se cuela por todas las puntas de la sociedad mexicana, un machismo naturalizado, cómplice, cruel e instaurado en los subsuelos de la cultura. Algo así: un hombre golpea a una mujer. Un hombre mata a una mujer. Un hombre abandona a una mujer.

El ritmo vertiginoso de la novela corre por las palabras. La forma en que se construyen las frases, la manera en que se cuela la voz popular, en la que un verbo salta tras otro, en que se mueve un punto aquí y otro allá. Es esa manera de decir la que nos adentra en el frenetismo y la perturbación que produce la historia. El lenguaje es un sistema inquietante y el sistema es un lenguaje opresivo.

Pero si hay un mérito que quiero resaltar en el libro es la construcción de personajes a través de voces narrativas. Las dos narradoras, las dos mujeres, la de clase alta y la de clase baja, la que perdió a su hijo y la que lo robó, dan con sus palabras un efecto paradójico que robustece la contundencia de la lectura, una mirada contrastada de maternidad que nos hace ver los bordes.

La voz de cada mujer tiene un registro que permite la ambivalencia. Vemos sus capas, sus matices, la delicadeza de su humanidad. Dudan. Se esconden de lo categórico. Odian y maltratan y son odiadas y maltratadas. El sino trágico las persigue y las deja en esa zona ambigua, donde el control de la situación es solo un anhelo incumplido, pues hay algo más allá que las excede.

En la segunda parte hay un epígrafe de Wislawa Szymborska –a propósito, la novela está atravesada por sus poemas– con el que, me parece, se podría aspirar a una sinécdoque del libro, es decir, a mostrar el todo a partir del fragmento y que, a mi juicio, constituye el espejo trágico que flota en el centro del huracán. Dice así: “¿Y si despertara miedo en la gente, /o sólo asco, / o sólo compasión?”. El problema, sin embargo, no es lo que despierta, sino la pesadilla que nos clava.


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