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Novela de ajedrez, Stefan Zweig

@nanoquendo

Harold Bloom, en un libro que tiene un título llamativo: Cómo leer y por qué, propone a los lectores recuperar la ironía en la lectura. Por supuesto, no hay nada más irónico que un libro que te diga cuáles son los textos que hay que leer. Aunque no deja de ser un buen consejo. Me gusta. Y aquí lo irónico no es buscar el chiste ni el sarcasmo, sino —como me parece que es lo que apunta Bloom— entrenar el oído para percibir las tensiones escondidas en el lenguaje: decir una cosa y sugerir otra, sostener dos verdades contradictorias a la vez, dejar que la voz literaria oscile entre lo selecto y lo popular. Y, al mismo tiempo, aceptar que un crítico inglés te diga cuáles son los libros buenos. Tal vez ahí esté la ironía más pura: que necesitemos instrucciones para ser libres en la lectura.

En Novela de ajedrez de Stefan Zweig (se pronuncia tsbaik), ese sentido de la ironía nos provee una lectura rica y que no se agota. El libro, que es una novelita bastante corta, pone frente a frente a dos personajes como representación de mundos opuestos: Mirko Czentovicz, campeón mundial de ajedrez, huraño, casi analfabeta fuera del tablero pero de una memoria prodigiosa, y el señor B., un vienés (como tsbaik) discreto y nervioso, que viaja en un transatlántico huyendo de la Gestapo. La paradoja está ahí: el ignorante que reina en el ajedrez frente al hombre culto que asegura no haber jugado en décadas. Todo empieza cuando un grupo de pasajeros aburridos organiza una partida con Czentovicz y recibe de pronto, de manera inesperada, consejos certeros del señor B., que parece tener una comprensión extraña del juego. Intrigados, lo convencen para que juegue, y es ahí cuando el duelo se convierte en otra cosa: un choque no solo de estilos, sino de mundos interiores. Porque Czentovicz es mecánico, frío, impenetrable, concreto; mientras que el señor B. revela una forma de ser inquietante, con un juego abstracto, agitado, que tiene detrás una historia oscura: aprendió el ajedrez para salvarse de la locura del encierro. El ajedrez aparece así como tabla de salvación frente a la prisión mental, pero también como la trampa que termina por cerrarse sobre él. El señor B. es un hombre condenado, como si llevara en sí la misma fatalidad que arrastraba tsbaik al escribir la novela.

En el fondo, lo que propone tsbaik, me parece, es la imposibilidad de escapar de las paradojas: el ajedrez como refugio y como tormento, la inteligencia como salvación y como condena. El señor B. sobrevive gracias al tablero, pero a la vez queda atrapado en él; su mente, que parecía salvarse, termina torturada por la obsesión. El otro, en cambio, (¿el nazi?), retratado desde el principio en una brutal simpleza que lo protege de los abismos del pensamiento, y que a su vez es esa misma pobreza intelectual la que lo vuelve inconquistable. 

Bloom lo escribe: leer con ironía es aprender a sostener contradicciones. Tsbaik lo hace a la perfección en esta novela de 60 páginas. Podemos leer su pugna oculta hacia las injusticias nazis encriptadas en un duelo de ajedrez. La última ironía brutal es la profundidad de la denuncia que hace Tsbaik (se escribe  Zweig) sin saber, notoriamente, casi nada de ajedrez. 


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