Cada forma de contar contiene una teoría particular de la narración. Esta colección de cuentos, en ese prólogo titulado «Tulia», dice que su teoría de la narración empieza con la forma de contar (con la forma de ser) de la tía abuela. García Márquez decía lo mismo: que su aspiración era contar las cosas de la forma más natural, con la misma cara de palo de su abuela Tranquilina. Pero ya sabemos que García Márquez es un narrador mítico de eventos cotidianos o históricos disfrazados de maravilla. El intento por contar de la forma más natural, para García Márquez, es solo un modo de resaltar el asombro en la realidad, de convertir en mágico lo cotidiano, de producir un efecto, de hacer un truco. Es lo contrario de la espontaneidad, pero para que la espontaneidad funcione tiene que parecer inmediata, natural. La tía abuela del narrador de estos relatos, Tulia, sabía también que la mejor forma de contar la realidad era inventándosela. Algo parecido decía Juan José Saer. Solo que para Saer inventar no es mentir, sino ser fiel a la realidad, y la realidad es algo que va mucho más allá de la anécdota. La tía abuela Tulia en cambio decía que la vida era aprender a decir mentiras virtuosamente; luego no sé si la tía abuela Tulia sabía que inventar virtuosamente y decir la verdad son casi lo mismo, y que lo contrario de la verdad no es mentir, sino engañar. Seguro sí sabía. No es necesario ser Juan José Saer. Lo que importa entonces de este prólogo que el narrador llama Tulia y disfraza de anécdota es que la teoría de la narración de estos relatos se esfuerza por magnificar el efecto de un universo cotidiano resaltando en él a la vez lo natural y lo doloroso desde lo conmovedor. Por eso se llama La vida tiene que ser algo más. Porque está atravesado por un universo llamado Fuemia (que debe tener mucho de Frontino, Antioquia) y un personaje llamado Hernán (que debe tener mucho de un autor llamado Hernán), que para señalar la sensación de asombro disfraza de pequeñeza ese lugar (que es Fuemia y Hernán) y se enfoca en la aspiración de eso otro que parece ser algo más. Todo para descubrir, después de irse de Ítaca y volver, que la verdadera realidad es una mentira virtuosa, y lo demás es engañar.
Las formas de contar ese universo grande (dentro de lo pequeño) de Fuemia, son diversas. Mi favorita es la primera, justo después de «Tulia», en un cuento llamado «Todo lo mío es de ustedes», que tuve la fortuna de saber que antes se llamó Serenata a una naranja. Para mí, la forma de la narración de este relato es a través de un lenguaje poético que evoca la ausencia y la estética sin nombrarlas directamente, sin explicar. La anécdota superficial es la muerte y el recuerdo de la vida del padre. Lo que hay detrás de esa anécdota es la historia de amor con la que empezó esa familia: una serenata que el papá le lleva a la mamá y que solo escucha un palo de naranjas y los dos serenateros, porque la mamá no estaba ahí. El elemento concreto estético es la música y el escenario amoroso sentimental; la ausencia es la ausencia de la mamá; la estética y la ausencia juntas son el palo de naranjas recibiendo una serenata. Pero debajo de esos elementos concretos está también la ausencia del padre a causa de su muerte, su recuerdo a través de la música, la unión de la familia a través de ese recuerdo y esa historia de amor; ese es el símbolo y el efecto total, la forma de resumirlo es decir: la historia de amor de mis papás empezó con una serenata a un árbol de naranjas que le dio mi papá a mi mamá, porque mi mamá no estaba ahí. Ahora es mi papá el que no está, pero sigue aquí en esa canción y ese naranjo y en esa historia de amor que es la familia reunida aquí. El resumen es mucho menos efectivo que la narración completa, que se alarga y se repite en diferentes escenarios que dicen una y otra vez lo mismo sin empezar a agotarse, ni una sola vez. Sabemos que lo que dice es poesía porque es capaz nombrar lo que no se puede decir con la razón, y sabemos que lo ha nombrado porque lo sentimos y no lo podemos nombrar. Pero sabemos que vuelve a decir lo mismo sin repetirse cuando después del naranjo el narrador habla de la guitarra que ya no está porque el papá la vendió para pagarle un semestre de universidad: la música, la ausencia, la historia de amor, todo está ahí otra vez. También está ahí cuando el narrador habla de los latidos del corazón del papá, que él escuchaba cuando se hacía en su pecho de niño, unos latidos que ya no suenan porque el corazón le renunció: la música la ausencia el amor. También está ahí cuando habla del sonido de los eructos discretos que él heredó del papá, un sonido que le recuerda esa unión visceral, por reflujo, al progenitor: la música la ausencia el amor. También está ahí en las cartas de amor que la mamá guardaba del papá. En la flauta de pan mordida por el único que la intentó tocar, el perro que después se murió y entierran entre el papá y el narrador. En la guitarra que el narrador le regala al papá y en la que el papá le canta las canciones de amor que antes le cantó a su mamá, al narrador. En el sueño de un naranjo florecido, bajo el cual se hace un silencio en el que se canta una canción, que hace que abra la puerta una mujer joven, con la risa y los ojos brillantes de la mamá. Dice el narrador de este poema, dentro del relato, que al principio no sabían cómo contarle a la mamá, y que el papá les decía y les demostraba que todo lo mío es de ustedes, también; bueno, tal vez este cuento que es una canción es la mejor forma de contarlo, y de cantarlo, para nosotros y para la mamá, para que todo lo que era del papá del narrador siga siendo del narrador, y ahora nos haga partícipes también.
El segundo cuento, «En la noche Lucero», es un monólogo en primera persona de un personaje que a veces es una mujer trans y a veces un hombre homosexual. El relato es todo lenguaje y revelación de la hipocresía de una sociedad morronga, falsamente conservadora. Los principales amantes de Lucero (a veces) y Ramiro (a veces) son un policía y un cura con cara de yamevine. La narración es una historia de amor dentro de esas circunstancias. El tercero se llama «Este no era», una historia sobre la amistad y la injusticia detrás de la anécdota de un enemigo que no lo es. Donde el significado y la forma se vuelven a juntar. El cuarto se llama «Jugar con extraños», tiene forma de poema por la repetición de la estructura, iniciada en la palabra recuerdo; narra una tortura a un adolescente de doce años, en un mundo en que todo lo que parece inocente oculta un peligro detrás: hasta jugar billar. «Saliva», el quinto, narra el descubrimiento de la orfandad por parte del niño de nueve años, que apenas la empieza a padecer. El sexto, «Horacio», es la historia de una venganza sobre alguien que se la merece tanto que inclusive el narrador, el aparente amigo que lo salva, termina siendo cómplice también. El séptimo, «Un remordimiento», narra un autogol desde el protagonista arrepentido. El octavo, «Uber», es la historia de un triángulo escaleno amoroso, donde el vínculo que une a cada personaje, en cada lado, es disparejo, y aun así la figura que arman sigue siendo amorosa, al final. El noveno, «Botas pantaneras», cuenta el ingreso del narrador en el oficio de cargamuertos, desde el encuentro con el cadáver hasta su desaparición. El décimo, «Matar a un hombre», narra, en ese estilo popularizado por Borges para contar los códigos de los gauchos, la historia de una venganza fallida. El undécimo, «Yo también tengo ganas», es un cuento sobre la desesperación que el narrador disfraza de la capacidad de esperar, dentro del código de la comunicación amorosa de las redes sociales contemporáneas.
Cuatro elementos podrían unir todas estas narraciones: 1. El universo de Fuemia y Hernán; 2. La diversidad en la forma de contar; 3. El esfuerzo por encontrar la forma de contar más efectiva y natural, a la vez, para el narrador; y 4. La sensación de los narradores de que siempre enfrentan algo más grande que ellos (un personaje, una ausencia, un amor, un conflicto violento). Son historias donde predomina la insuficiencia frente a las expectativas iniciales de los protagonistas. Pero, tal como enseñó la tía abuela Tulia, lo importante no es la anécdota, ni la insuficiencia, sino la mentira virtuosa, que mezcla todo ese universo para que la sensación sea grande, sin importar el tamaño del lugar desde el que partió.
* Hernán Oquendo, La vida tiene que ser algo más, Piélago Editores, 2024, 96 páginas

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