Elsapomagacín

Memoria por correspondencia, Emma Reyes

@sebastian_gaviria.q

Ya es casi un lugar común decir que la memoria es una ficción. No lo voy a discutir, sin duda que casi lo es, aunque esto no quiere decir que la sentencia sea menos cierta. La ficción personal, es decir, los recuerdos, se organizan sistemáticamente para construir una estructura narrativa. Imágenes y sensaciones que encajan con un pegamento funcional para otorgarle cierta cohesión y solidez a las vivencias, a las palabras con las que las nombramos.

En Memorias por correspondencia –las veintitrés cartas escritas por Emma Reyes al escritor e historiador Germán Arciniegas– estamos ante dicho fenómeno. La detallada invención del recuerdo se sucede página tras página. Las escenas son nítidas, visuales. Las atmósferas, oscuras y desoladas, retratan el horror del encierro (una niña encerrada en un cuarto sin ventanas mientras su mamá sale a comprar algo) ¿Cómo recuerda ella todo con tanta claridad y precisión?

Por estas cartas escritas entre 1969 y 1997 sabemos que Emma reyes fue internada en el convento de María Auxiliadora junto con su hermana Helena, después de ser abandonada en la estación de trenes de Zipaquirá y pasar un largo rebusque accidentado por varios pueblos del país. Sabemos que estuvo con las monjas quince años, sabemos de su pobreza, del terror cotidiano del convento, de las limitaciones de clase, de los abusos casi esclavistas de las religiosas.

Sabemos todo esto no con la precisión de la verdad de a pie, que corresponde al mundo de eso que llamamos, con jactancia, “la vida real”, sino que lo sabemos con precisión literaria, es decir, con una acierto estético y figurativo, con metáforas y tensiones que se trenzan carta a carta. Es por la manera en la que Emma le cuenta a Arciniegas sus recuerdos (o lo que ella considera sus memorias) que este libro eleva su vuelo de pájaro creativo.

Si tuviera que elegir una carta para dar una idea del libro y de esto que sostengo –en una especie de sinécdoque forzado– elegiría la carta número 15. En ella la escritora (¿o deberíamos decir la artista?) cuenta la historia de una niña Nueva que llegó al convento. Una niña que decía que su hermanito nació tan chiquitito que la mamá no lo vio cuando nació y que ella aprovechó y lo robó y desde entonces lo tenía guardado en una bolsita de terciopelo roja debajo del delantal.

Al hermanito lo llamaba Tarrarrurra. Era un muñequito minúsculo de no más de cinco centímetros en porcelana blanca, con los brazos pegados contra el cuerpo y las piernas también juntas y pegadas. “Estaba tan gastado que casi ya no tenía nariz, ni boca y los ojos tenían un puntico negro en el centro”. La Nueva le hacía preguntas y este le respondía. Cada vez que lo ponía junto a su oído su cara se transformaba completamente, era radiante, y su mirada traspasaba los muros.

Lo extraordinario de Tarrarrurra era que traía historias del exterior, a condición de que le dieran comida. Cada noche, cuenta Emma Reyes, ella y sus amigas compartían parte de su comida con La Nueva a fin de que alimentara al muñeco y este les contará del mundo de afuera, de aquello que había detrás de los muros del convento. “Se sentaba en el medio y cerrábamos el grupo. Era en ese momento en que nos contaba lo que Tarrarrurra había visto durante la noche en el mundo”.

La Nueva relataba historias: la de la vaca que se llamaba Campana, la de los gatos que devoraban ratones vivos, la de la hermana y el policía tocándose el pipí, la de los amigos de la mamá y el jardín que cultivaban. A veces no contaba nada porque Tarrarrurra no había salido al mundo o porque tenía dolor de muela o le dolía el estómago. El muñeco era un ser viviente que dormía, comía y que podía ver lo que ellas no veían. “Estábamos dispuestas a vivir por él y para él”, dice Reyes.

Esta carta, me parece, demuestra el efecto narrativo y literario del libro. Los detalles brillan especialmente. La singularidad de una mirada estimulada por la precisión. El nombre sonoro de Tarrarrurrra. Las amigas y el drama. La mujer y la desobediencia.  Las historias dentro de las historias. “Solo las historias llenaban nuestra vida”. Esta carta –estas cartas– son una acertada ejecución de ficción personal, una que se desliza audaz por los enrevesados trazos de la memoria.


Descubre más de Elsapomagacín

Suscríbete para recibir las últimas entradas en tu correo electrónico.

Comments

No te tragues ese sapo, comenta: