General
En literatura, decir algo o tener algo que decir no es hablar sino evitar hacerlo, para que lo que se diga tenga intensidad, o sea fuerza, o sea que signifique algo. Creer en la literatura es darse cuenta de que las palabras tienen un efecto. Que algo tan esencial y común como el lenguaje tiene una relación con la magia; no la magia mediocre de los superpoderes que evaden las leyes naturales y solucionan todo por medio de una fuerza que supera a la razón, sino la magia de la conciencia a través del lenguaje que explora e inventa la realidad en la que estamos sumergidos. El lenguaje es magia porque cuando lo manipulamos nos damos cuenta de que supera nuestras explicaciones conocidas de las cosas. Porque nos hace darnos cuenta de que nuestra realidad es mentira, pero puede ser verdad. El lenguaje es la ingeniería de la realidad. Creer en la literatura es ser capaz de reconocer la diferencia entre un truco y una maravilla. Los políticos y los vendedores hacen trucos con el lenguaje. Pero embriagar y convencer no es lo mismo que decir. Los políticos y los vendedores tienden a decir cualquier cosa, o sea a no decir nada. Los políticos y los vendedores y en general cualquier manipulador mediocre del lenguaje tienden a decir mucho y muy rápido y seguir diciendo para que a quienes lo escuchan les cueste darse cuenta de que en el fondo no están diciendo nada.
Bueno, yo siento que este es un libro de formación, lleno de palabras y anécdotas decorativas para hacer creer a quien lee que quien lo dice tiene mucho por decir. Es casi literatura, porque utiliza su disfraz formal pero no desarrolla una voz propia (desde lo estético) ni agrega elementos significativos a la mirada de la realidad. Es un libro recargado de símbolos y referencias y palabras sobrantes (en francés, inglés y español) y detalles materiales de escenario como de comercial de televisión que apuntan todos a un solo lugar, que no se logra decir bien: cómo es vivir el fantasma del desamor, cuando la emoción genuina ya se acabó, pero todavía no ha habido una separación definitiva. Los cuentos de este libro realizan una exploración de ese purgatorio, pero lo hacen mal, y nos obligan a padecer la lectura como si leer fuera un purgatorio, también.
Cuento a cuento
1
«El regreso» es el reportaje de un chisme aristocrático narrado como un cuento policiaco clásico, pero sin misterio. Tiene el crimen, las pistas, los personajes, el escenario, la ambientación en una clase alta, y una narración tradicional en tercera persona que intenta ser una forma de recuperar, a través de la razón, el orden perdido. Aun para un subgénero literario anacrónico este cuento está mal desarrollado: incluye todas las explicaciones del cuento desde el título, al epígrafe[2], al párrafo final[3]. Es casi cronológico, transparente con las motivaciones de los personajes, más que pistas tiene acciones explicativas y detalles informativos, como si fuera el reportaje de un noticiero neutral, usa un lenguaje formal y distante de lo narrado, y da más información de la necesaria entre evento y evento. Piglia afirmaba que el cuento moderno cuenta dos historias como si fueran una sola, y que tiene una historia secreta (la parte oculta del iceberg) porque lo más importante nunca se cuenta; este cuento de misterio, en cambio, lo cuenta todo y lo vuelve a repetir: la nostalgia, el crimen y la venganza; la posibilidad de que Madame Michaud sufra un trastorno que la haga confundir su personalidad con la de la propiedad.
Igual a los cuentos policiacos clásicos, la relación de los hechos que plantea esta narración debe basarse en los eventos “objetivos” sin que haya una interferencia significativa de lo moral o social en el narrador. Así lo hace, es un cuento con base en eventos aislados para la gran mayoría del público, que no pretende explorar esa ficción que es la realidad (en ninguno de sus elementos: estéticos, formales, sustanciales o extraliterarios). Es casi literatura, porque utiliza su disfraz formal (el narrador y los elementos clásicos), pero no desarrolla una voz propia (desde lo estético) ni agrega elementos significativos a la mirada de la realidad.
La elección de un conflicto que sucede en Bélgica, a mediados del siglo XX, establece una distancia, que, en este género, y en autores como Borges, es importante porque centra toda la atención en el ejercicio intelectual de descifrar el enigma que nos plantea la narración. Si elige un evento alejado, en el tiempo y el espacio, de los posibles lectores, es para que el lector tenga una distancia emocional de los eventos, y se concentre en la razón. Sin embargo, en este caso, no hay enigma, solo información, entonces la distancia es solo distancia, una distancia de clase, más que temporal o espacial. Es un conflicto de ambición feudal, donde el protagonista, más que las dos hermanas y los otros personajes, es la propiedad privada de tres hectáreas adquirida por el bisabuelo de Madame Michaud, a finales de 1860, y que sigue siendo de la propiedad de la familia hasta 1998, cuando acaba la narración. Una propiedad que a pesar de resistirse a cambiar es transformada, por venganza.
«El regreso» es un cuento donde, al igual que le sucede a Madame Michaud con la propiedad familiar, los lectores regresamos a un lugar que ya no existe, porque creemos regresar a un subgénero literario, el policiaco, que está transformado mediocremente en un reportaje sin enigma: su sustancia es irreconocible aunque su estructura sea similar.
2
En «Los amantes de Todos los Santos», este cuento de 28 páginas que se cuenta en 9 y luego se repite y se expone, Vásquez recorre la frontera entre lo explicativo y lo necesario[5], y nos deja agonizando como lectores [igual a lo que le sucede en la trama a la pareja (herida en su relación), y al faisán que escapa (herido en su cuerpo)] cuando logamos saber, muy pronto, que el final solo se está alargando en un ejercicio en el que el efecto resulta siendo mucho menor a la extensión.
El resumen es el siguiente: en una pareja que comienza a sentir que se acerca el final de la relación, él la invita a ella a cazar, ella no quiere, él insiste, ella va, durante toda la tarde de cacería no encuentran una presa, y él se siente mal por eso, se disculpa con ella por llevarla a un plan tan aburridor, pero ella, al contrario, la ha pasado bien interactuando con él en un lugar alejado del centro urbano, prestando atención al momento y a lo que los rodea, en ese momento ella se siente bien con él, pero, cuando ya están en el camino de regreso, algo sacude unas hojas y él prepara el arma, y ella le dice que no lo haga pero él dispara y logra herir un faisán, sin embargo, empieza a oscurecer, él busca al faisán y no lo encuentra, ahora ella está fastidiada y con dolor en el oído cerca al cual él hizo el disparo, se regresan a la casa, disgustados, al llegar a la casa ella le reclama a él por qué no remató al animal, dice que ahora el animal va a agonizar toda la noche, que lo mejor era que muriera de una vez…y yo siento que todo el cuento ya está ahí, escribí esa observación mientras realizaba la primera lectura, pero todavía estaba en la página 9, y faltaban 28 más…
El mecanismo se resume así: la relación agoniza, el pájaro agoniza, ella dice que hubiera sido mejor acabar ese sufrimiento de una vez. Pero todavía nos falta agonizar durante 28 páginas más.
Y el resumen continúa: sucede que él le dice a ella que se va a buscar el faisán en la oscuridad, ella dice que no salga, él le dice que igual los dos saben bien que necesitan un tiempo, él sale, ella le pide que por favor regrese, que no la deje sola, en el camino él se detiene en un lugar de comida rápida, habla con la vendedora, se preocupa por ella, le ofrece su compañía y su protección, ella la rechaza, luego la acepta, luego lo invita a su casa, él siente que va a tener sexo con ella, cuando ya están en la casa ella le habla de su marido muerto, y le dice que lo que quiere es que él se ponga la pijama de su marido y duerma con ella, para que ella pueda sentir la presencia de él, y él acepta, y, durante ese lapso en el que no sucede nada más que dormir, él empieza a extrañar a su pareja, luego llega a su casa, ella tiene los ojos rojos, un pañuelo en la mano, no durmió, se la pasó llorando, se abrazan, se besan, ella decide bañarse, y él la espera, ansioso, tienen sexo, luego ella le dice a él que se va a ir a la casa de sus papás, que ya es el momento, que sus papás saben pues se los había dicho tres días antes, y entonces ella se va, y él sale a buscar a la otra mujer con la que durmió, y no la encuentra, pero sí encuentra una nota en el buzón, pidiendo que la esperen, ¿pero que la espere quién, si ella dijo que no tiene a ningún ser querido? Y él piensa en los posibles receptores de la nota y prefiere pensar en un amigo, y no en un trabajador, y piensa eso porque, aunque no lo dice explícitamente, él se ve en la soledad de ella, y no quiere imaginarla tan sola, para no sentirse tan solo, también.
Ese es el centro resumido del texto, sin embargo, el cuento está repleto de referencias simbólicas repetitivas, de un lenguaje lleno de analogías bonitas que no tienen suficiente relación con el texto, que sobran; tiene muchos personajes, un cazador, dos perros, unos camioneros, la señora Videau, varios más, todos sobran; la descripción detallada de la atmósfera de las Ardenas, Aywaille, Saint-Roch, París, la doble adjetivación, el exceso de galicismos y anglicismos que hacen que en un párrafo se diga friterie y que dos párrafos más adelante se le diga a lo mismo local, el hombre narrador en primera persona que, involuntariamente, sobrexplica todo a su paso sin darse cuenta de que no entiende nada de lo que ve (a los personajes, los lugares, los objetos, las acciones cotidianas, los sentimientos de las otras personas, sobre todo nos explica los sentimientos de las mujeres solas e indefensas que él logra proteger); un lenguaje excesivo que tiene la intención de, a la vez, explicar y embriagar, en una atmósfera pretenciosa para la mayoría de los lectores latinoamericanos que no estamos acostumbrados a salir a cazar a las Ardenas como plan cotidiano de pareja. Y digo esto último porque hay lenguajes excesivos, como el de García Márquez, a los que las palabras que les sobran no les sobran, porque sus efectos están dirigidos a resaltar una realidad a la que no estamos acostumbrados, y no a describir una cotidianidad distante como si fuera un comercial de televisión. Me gustaría demostrar cada uno de estos elementos con ejemplos, pero son tantos que sería alargar algo que, desde la primera lectura del cuento, ya se ha demorado demasiado en acabar. Ojalá bastara con decir que este narrador, para decir que se da cuenta de que su pareja ha estado llorando (por él) porque tiene un pañuelo en la mano, dice: «Michelle, de pie frente a mí, en calzones y camiseta, con un pañuelo de papel aferrado a su mano derecha a la altura del triángulo de su sexo» … y entonces yo como lector supongo que el narrador habla así porque escribe este cuento sentado frente a un computador, en pantalones de pana y saco con bufanda, en un pueblo de las Ardenas, con una iluminación que hace parecer el diamante de su nariz como una gota de mercurio, mientras, claro, posa el teclado por encima de la altura del triángulo de su sexo, también.
Luego, como son muchos los elementos sobrantes, solo voy a mencionar algunas referencias repetitivas, que empalagan un sentido que en las primeras páginas sentí potente y eficaz, pero que al final me dejó lleno triste, como cuando uno come comida chatarra hasta sentir dolor.
El Día de Todos los Santos es una conmemoración cristiana que se celebra en honor a todos aquellos difuntos que han atravesado el purgatorio y ahora se encuentran en presencia de Dios. O sea que el título refuerza la idea de ese purgatorio que pagan los enamorados antes de aceptar el final. El epígrafe[6] insiste en la idea del purgatorio de él a través de ella, insiste en ese tiempo que sirve como purificación antes del final. El marido muerto de Zoé (la mujer con la que el narrador duerme) fue un piloto de prueba que murió en un accidente de avión, en la mesa de la casa ella tiene un libro que compró él, El principito, un libro escrito por un piloto militar que murió en un accidente de avión, El Principito también empieza con un accidente de avión, y termina con la ausencia del protagonista y la espera del piloto. Al final del cuento el narrador encuentra, en el buzón de Zoé, una postal con una inscripción que hace referencia a los músicos muertos durante el hundimiento del Titanic. Y hay más, un cuervo que hace que el narrador cierre las cortinas cuando ya todo se va acabar, y, como si esa imagen no fuera suficiente lugar común, el narrador habla del presagio de haber pescado dos truchas el día que le pidió matrimonio a su pareja. En este cuento todo espera la muerte, y pasa por un purgatorio que se repite una y otra vez, hasta los lectores, que cerca al principio ya sabíamos el final.
En literatura la opacidad y la dificultad no son un mérito, pero la claridad y la explicación sí son un defecto cuando agotan y reducen el significado en vez de multiplicarlo o intensificarlo. Porque, en la imaginación, y en la lectura con todo el cuerpo, la experiencia es más honda cuando sucede adentro de uno y no solo en la palabra escrita y en el ejercicio matemático de la interpretación, cuando parece una revelación y un descubrimiento y no una explicación, cuando evoca una mirada posible de la realidad, en vez de implantarla, sin espacio para la conversación.
3
El «Inquilino», como los cuentos anteriores, también es un cuento acerca de lo que queda del amor cuando algo del amor muere, y a la vez trata de la culpa, y de la frustración de la vejez cuando se siente que ya no se tiene un lugar. En el centro de gravedad de estos cuentos hay una idea potente, y una parte del desarrollo también lo es, pero lo que me vence, al final, es lo largos que son, y eso no tiene que ver con la extensión, sino con que están desarrollados con un estilo lleno de adornos que no solo son inútiles para la exploración honesta de ese centro de gravedad, sino que hacen tonta la narración (para el narrador que se engolosina con accesorios vanidosos que no logran disfrazar la escasa exploración de una buena premisa; y para mí como lector y espectador que me siento estafado y perdiendo el tiempo frente a un seminario que pudo ser un solo mensaje de chat). Los personajes principales son tres (Xavier, Georges y Charlotte), son un trio amoroso no consensuado. Georges y Charlotte son esposos, Xavier y Georges son amigos, Charlotte y Xavier fueron amantes infieles e intensos hasta que Charlotte eligió a Georges, y se lo confesó. Los tres son vecinos, en Bélgica, en un ambiente rural, en las Ardenas, son cazadores, tienen alrededor de setenta años, ya no ocupan las posiciones principales que alguna vez ocuparon, ya la parte principal de su vida, sobre todo para Xavier, quedó en un pasado que no le deja de suceder. Xavier se siente relegado, en los puestos de cacería, en la relación amorosa que él no tiene pero sus vecinos y amigos sí, y en su vida personal que es regulada por su hijo y que se simboliza en el carro de Xavier (que su hijo ha acordado parquear en el granero de Georges y Charlotte, porque el papá ha desarrollado hábitos alcohólicos y el hijo se preocupa por lo que le pueda pasar si sale manejando así). Xavier, en consecuencia, se ha convertido en pasajero, y ya no conductor, de su propia vida, Xavier, entonces, decide suicidarse. La sorpresa y el dolor de su suicidio revive en Charlotte ese pasado que no se consolidó, pero que mientras fue una promesa creó un lugar posible, un lugar imaginario, un futuro que no fue. Charlotte explora ese lugar, en sus memorias y en sus actos, y Georges se da cuenta, y recuerda el largo periodo de meses de su infidelidad, y resiente, sobre todo, tener que vivir de ahora en adelante con ese fantasma que es Xavier y Charlotte juntos, dejándolo por fuera a él.
La trama y la voz no son totalmente aburridas de seguir, lo tedioso, para mí, es el lenguaje recargado de palabras que no cumplen una función diferente a la de decorar, porque el centro del conflicto ya quedó expuesto, y el desarrollo (más que una incursión y una multiplicación en la oscuridad de esa duda) es una explicación que repite en capas, disfrazadas de algo diferente, lo mismo que ya había dicho y que no se mueve hacia ningún lugar. El resultado final, para mí, es una reducción del significado, y un deterioro de un lenguaje que aislado, o sin repeticiones, puede parecer significativo e intenso.
En el comentario de «Los amantes de Todos los Santos» ejemplifiqué esa recarga de lenguaje sobrante señalando, principalmente, los referentes que apuntan a un mismo conflicto que no se desarrolla ni se explora más que en apariencia. En «El inquilino», este cuento, sucede lo mismo, lo que va caracterizando el estilo de la voz narrativa de este libro, pero para no señalar lo mismo otra vez, basta decir, quizá, que las repeticiones de los referentes son tan obvias y repetitivas que inclusive uno de los personajes principales lo anuncia cuando su esposa le confiesa la infidelidad mientras lee Madame Bovary, y él le dice a ella: «Ese libro es un regalo de aniversario, te apuesto cualquier cosa. Madame Bovary. No es muy sutil que digamos, nuestro amigo Xavier[7]»… pero lo que no sabe el esposo, y nosotros los lectores sí, es que la falta de sutileza y la melosería no es culpa de Xavier, es culpa de los narradores de ese libro que ya vienen recargando de decoraciones repetitivas todo lo que dicen desde hace tres cuentos, desde que el libro empezó.
En vez de los referentes, en este caso, voy a señalar un par de párrafos en los que se nota esa sobrecarga innecesaria del lenguaje:
– En el primer párrafo Jean, el hijo de Xavier, todavía no sabe que su papá se acaba de suicidar durante la cacería, frustrada tempranamente. Dos rastreadores, parte del grupo grande de caza, le dicen que encontraron “algo” en el bosque que él debería ir a ver. Jean está lleno de rabia porque la cacería se ha terminado demasiado pronto por culpa de que alguien ha hecho algo mal, además está nervioso, como si intuyera la mala noticia, o por otra razón que los lectores ignoramos que hacen que sus nervios se noten alterados:
«La mano de Jean buscó un puro, buscó un mechero. Georges, aunque de lejos, alcanzó a notar que el dedo pulgar fue torpe al darle chispa al mechero, y que la llama alta tembló en la mano que temblaba. La mano de Jean había temblado. Georges recogió la simpatía que no podía sentir en ese instante y se ofreció»[8].
En resumen: Jean decide fumar, al encender el puro Georges ve su mano temblar, ese gesto le genera compasión. El narrador nos quiere señalar el estado nervioso de Jean (nos muestra y no nos dice, se supone, dirían en un taller de escritura), y además nos quiere mostrar la mirada de Georges, su compasión. Para hacer esto el narrador no dice que Jean decidió prender un puro, sino que pone el foco en su mano, luego esa mano es torpe al buscar el mechero, luego la llama tiembla por culpa de esa mano, luego nos dicen que la mano tiembla, luego nos dicen que George pone énfasis en ver esa mano temblar. O sea que el narrador, en un párrafo de cuatro frases cortas, nos repite cuatro veces que a Jean le tiembla la mano, y utiliza tres veces la palabra temblar. O sea que el narrador, supuestamente en ese ejercicio de mostrarnos que Jean está nervioso, sin decírnoslo así, nos lo termina gritando, como si los lectores no fuésemos capaces de entender, y sentir los nervios de Jean, con una sola afirmación. ¿Por qué el narrador hace esto? Tal vez el nervioso es el narrador, o el que tiene la conciencia alterada es el narrador, o el narrador no confía en la capacidad de entender de sus espectadores, o el narrador está engolosinado con su propia voz que hace rato dijo lo que tenía qué decir, o el narrador necesita llenar espacio porque los consumidores prefieren comprar libros con muchas palabras a libros con pocas, o todo lo anterior a la vez. No sé. Lo cierto es que esa insistencia no le sirve de nada a la narración, y habla más de la forma de narrar que de sus personajes, su trama, o su conflicto. Habla más del narrador, que de la literatura.
– El segundo párrafo nos quiere decir que es la madrugada y que el grupo de cazadores se prepara para salir a cazar, pero en vez de eso, dice:
«Aun el día no era pleno en el patio. El cielo todavía estaba cubierto. Sobre el empedrado, las botas rodearon a Jean con un murmullo de caucho. Los cazadores vestían de verde, pero ningún verde era igual al siguiente. Las chaquetas eran de paño grueso, adornadas con bordes amarillos como charreteras finas y ciervos bordados en las solapas, con botones como monedas sobre las mangas y bolsillos profundos en los cuales nada tintineaba, ni fósforos, ni llaveros, porque aquéllas eran las prendas de la temporada de caza, y nunca objetos cotidianos o habituales, esos delatores de la vida doméstica, serían olvidados en sus bolsillos»[9].
Ahora, ¿que el cielo todavía estuviera cubierto dice algo después de decirnos que el día no era pleno, o aporta algo al resto del relato? No, sabemos por contexto, de antes, que es la madrugada, si nos decía que el día no es pleno sabemos que dice que está un poco oscuro todavía, ¿qué aporta decir que el cielo está cubierto? Nada; ¿que la calle sea empedrada aporta algo a la atmósfera, a la sonoridad, a la trama? No; ¿que las botas de caucho rodeen a Jean con un murmullo de caucho aporta algo sobre el estado de Jean, o de la escena, o la estructura o el conflicto? No, están ahí porque al narrador le suena bien decir murmullo de caucho, por su vanidad, y porque algunos lectores disfrutarán la decoración del escenario; ¿qué importa decir que los cazadores visten de verde (como casi siempre visten los cazadores), y luego repetir que es un verde distinto para todos (como siempre sucede en un grupo de personas salvo que usen uniforme)? No sé, tal vez el narrador está diciéndole a los productores de su próxima película lo que ya todos saben, que quienes trabajan en el campo tienden a usar botas, que el bosque tiene distintas tonalidades de verde, que el cielo se ve azul o blanco o gris dependiendo de las nubes y el sol, no sé, lo que sí entiendo es que la descripción habitual de un cazador habitual no aporta nada significativo a la trama, ni a la estética; sucede lo mismo con las chaquetas de paño grueso y los bordes dorados y los accesorios y los botones y las mangas, me hacen sentir como si estuviera entrando a una tienda en un centro comercial, o mirando sus productos en una página de internet; y luego está lo de los objetos que no deben tintinear en los bolsillos, lo de las prendas de la temporada de caza, que tampoco es relevante para ningún fin; y luego la reflexión del narrador que nos dice que esos objetos delatan la vida doméstica, que los cazadores cuando se van al bosque se alejan de la vida que tienen en casa… gracias, narrador, qué datazo, lástima que sobre por completo en el cuento, y que sea una obviedad elocuente.
En general, esa es la construcción del lenguaje de estos cuentos. Cortázar tendría algo que decir sobre eso, como lo hace en estos fragmentos[10], cuando le preguntan por lo que él considera un buen estilo, y sobre el barroquismo latinoamericano:
«Creo que una escritura lograda formalmente (y cuando está lograda en el plano formal, lo está en los otros) requiere no tanto la presencia como la ausencia de cosas inútiles y negativas […] Porque al escribir […] hay una tendencia a la repetición inútil […] Hay que eliminarlas implacablemente […] Es así como se llega a tener eso que llaman un estilo. Para mí el estilo es una cierta tensión y esa tensión nace de que la escritura contiene exclusivamente lo necesario. Imagínese que la araña que hace de su tela un modelo de tensión, después le sacara unos flequitos de costado y los dejara colgar… La mala literatura está llena de flequitos. Es literatura con flecos.
No obstante puede haber un buen estilo barroco [dice el entrevistador]
Es el eterno tema que tanto preocupa a Alejo Carpentier: la literatura latinoamericana como ejemplo de literatura barroca. Cuando se trata de algo bellamente barroco, como es el caso del propio Carpentier, perfecto; de acuerdo. Pero el falso barroco que va desde Argentina a Guatemala pasando por donde usted quiera, es sencillamente hojarasca repetitiva, una multiplicación de elementos que podrían suprimirse con gran beneficio de lo medular. A veces eso que da impresión de barroquismo, donde el autor, como es típico de la arquitectura barroca, se mete en volutas por todos lados para llenar el espacio -el famoso miedo al espacio vacío- si se analiza un poco más de cerca resulta simplemente una falta de tensión, de disciplina en el trabajo».
Entonces, si el defecto de estos cuentos es de flecos, ¿por qué no lo solucionan en edición?, ¿acaso eso no hace parte del proceso editorial? Y yo sospecho que no lo hacen porque no lo pueden hacer. Porque si a estas 214 páginas le eliminan los sobrantes quedan, si mucho, unas 70, y entonces el libro no se ve tan bien para vender, pero es peor, me temo, porque si se liman, en realidad, todas esas virutas, ya no queda forma de contar, no queda estilo ni literatura, solo unas buenas premisas, todavía pendientes de desarrollar.
4
«En el café de la République», el cuarto cuento, se repite sin modificaciones la premisa de tres de los cuentos anteriores: una relación que ya se acabó, pero sigue sucediendo, hasta el verdadero final. El estilo en el lenguaje emperifollado que nos explica lo que nos acaba de decir tampoco tiene modificaciones, como en el párrafo en el que el narrador vuelve al apartamento de ella después de seis meses de haber terminado la relación y no tener contacto, y comienza a enumerar, uno a uno, los objetos y los detalles del apartamento que han cambiado, que van cambiado, y, al final del párrafo, remata: «cada objeto me dice que el orden minúsculo al que pertenecí ya no existe»[11]. Supongo que este estilo de narración está hecho para ahorrarle la reflexión, inclusive de lo obvio, al lector. También tiene las imágenes que parecen estéticamente potentes pero que al final no tienen ninguna relación con el conflicto, o la trama, o el lugar, que solo están ahí para llamar la atención; como cuando el narrador, recostado en un teléfono público en el que está nervioso recibiendo la noticia de si tiene cáncer o no, y expresa esos nervios raspando los adhesivos del teléfono, dice: «mis dedos raspaban los autoadhesivos y las trizas de plástico, azules, blancas y rojas como las entrañas de un pez, se enredan en mis uñas»… muchas palabras para decir que por nervios raspa los adhesivos, y describir la sensación de rasparlos y tener los plásticos en las uñas como las entrañas de un pez es raro, y no comunica nada más que una imagen que llama la atención sobre el narrador, que quería decir como las entrañas de un pez, en algún lugar. Tal vez en lo que mejora este cuento, en comparación con los anteriores, es que no está tan recargado de referencias obvias que apuntan hacia una misma dirección sobrexplicativa del conflicto. La voz narrativa es más honesta en eso. El narrador confiesa que está preocupado por un posible diagnóstico de cáncer, y que le ha escrito a su expareja, con la que terminó hace más de seis meses, para que lo acompañe a visitar a su papá, con el que él no tiene tan buena relación. Ella acepta, sorpresivamente para él, entre los dos hay distancia y rezagos del amor que los unió. Ella le recrimina, primero sutilmente, luego explícitamente, que él sea innecesariamente misterioso en una relación en la que ella siempre supo más de él que inclusive él mismo. Le recrimina esa distancia innecesaria, esa falsa independencia, esa desconfianza. Pero él le ha dicho a ella que está nervioso por ese diagnóstico. Y ella, por eso, hace ese esfuerzo, ese favor. En la mitad de la visita él se escapa y llama al doctor y recibe la noticia, una buena noticia, tiene una enfermedad, pero menos grave. Él se guarda la noticia, y, horas después, cuando él va despedirse de ella, ella le recrimina, porque escuchó a las escondidas la conversación, que no le haya dicho que no tenía cáncer, que se haya guardado eso, para manipularla, para que ella no se vaya, para que le siga prestando atención, y es en ese momento que esa relación agonizante se muere, para ella, por última vez. Él sigue esperando encontrársela a ella, de vez en cuando, y sentir los rezagos de lo que alguna vez fue, sin entregarse del todo, para defender su falsa libertad, su miedo, su incapacidad.
5
El quinto cuento se llama «La soledad del mago». Para imitar ese estilo que se conoce como realismo mágico garciamarquiano, este autor elige, desde el título, y como protagonista, a un mago real, y le agrega la palabra soledad, y desarrolla una trama anacrónica de amor frustrado e infidelidad, con giros abruptos que se solucionan de formas inverosímiles por culpa de una mala ejecución en el momento de incorporar la mirada maravillosa en lo cotidiano. En este cuento, a diferencia de los otros, el estilo cambia, y ahora es peor, porque utiliza muchas más palabras para decir mucho menos que antes, y no logra el efecto de comunicarnos esa mirada alterada, extraña y verosímil de una realidad conocida, que lograba con potencia García Márquez. En el centro de este cuento hay una pareja, ella está embarazada, él es un marido dedicado y devoto con ella y la hija que van a tener, pero ella se enamora de un mago de piñata, ¿por qué? No sabemos, la interacción entre los amantes, entre la mujer embarazada y el mago, es mínima, él le hace trucos durante una mañana en que se queda con ella, y días después se le aparece en el establo cuando el marido no está, y ella decide llevárselo a la cama matrimonial como hipnotizada y de ahí en adelante tener sexo con él regularmente, cuando el marido se va. Esas citas de sexo regular solo tienen un descanso cuando ella tiene la bebé, luego espera un mes y medio, luego aprovecha que ha dejado al marido en el trabajo para volverse a encontrar con el mago, ahora en el lugar donde él vive, y tienen sexo otra vez, y al salir de la habitación se encuentran al marido, que los espera, y el marido reacciona pidiéndoles que vayan de regreso a la casa de campo, para hablar fríamente; ella maneja de regreso, el marido es copiloto, el mago va en la silla de atrás, en algún momento hay un frenazo, el carro da vueltas, la cabeza del marido estalla contra el vidrio delantero, los amantes quedan vivos, y entonces el mago hace el truco más mezquino y criminal que se le ocurre, supuestamente para salvarle la vida a ella, y decide cambiarla a ella del puesto del conductor y poner al marido muerto, para ahorrarle el proceso penal, y como un mal truco de magia eso le funciona; luego, tiempo después de estar separados, cuando se vuelven a encontrar, ella solo le habla del marido muerto, y le dice que ha empezado a llenar un cuaderno con anécdotas del marido, porque ella creció sin un papá, y siempre le hizo falta imaginárselo, y entonces el mago sabe que se va a quedar solo y se siente tristecito, pobre, y luego el final es peor, de una cursilería vanidosa por parte del autor, ya no el narrador, horrorosa, pues el mago, antes de irse, se asombra de que ella tenga un lápiz amarrado al cuaderno con un cordón, y ella le dice que es para que no se caiga y lo tenga que buscar (qué mágico y real, ¿no?) y entonces le explica al mago:
«La mano es un aparato hermoso, dijo entonces, pero todavía tan perfectible, y los lápices están vivos y son criaturas reacias y a veces antipáticas: uno los deja caer, por accidente o por torpeza o por agotamiento, y son capaces de rodar kilómetros enteros»[12].
¿Qué es eso?, ¿un efecto final que apunta hacia la magia de la narración, o una confesión de un crimen? Porque, no sé si con esa afirmación la mujer está diciendo que de la misma forma que deja caer un lápiz capaz de rodar por kilómetros enteros también deja caer un carro que ella maneja, donde muere el padre de su hija. O si, por otra parte, con esa cursilería, nos quiere hacer olvidar a los lectores que el marido, que no hizo más que cuidar con amor sincero a la mujer y a la hija, murió en un accidente que tuvieron porque ella decidió mirar al mago por el retrovisor, mientras adelante se les atraviesa algo que no logran identificar, un accidente en el que, a pesar de que la cabeza del marido estalla contra el vidrio delantero, los amantes mueven el cadáver hacia el puesto del conductor, para que no parezca una escena de crimen pasional; y de esta forma mágica salen impunes, los dos, limpios de conciencia y antecedentes judiciales, gracias a la magia de la narración.
6
El sexto cuento, «Lugares para esconderse», es menos obvio, tiene en el centro una relación que agoniza, también, una relación en la que él (y todos los problemas que coinciden en él) la arrastra a ella a una preocupación, que es un padecimiento, que ella no es capaz de cortar. También tiene una anécdota de una trucha pequeña, que el pescador quiere soltar del anzuelo, para devolverla al mar, pero, al oponer resistencia, no logra soltarla a tiempo, y entonces el pescador decide golpearla contra un tronco para que deje de agonizar. Esa anécdota, supongo, es la metáfora de Claire atrapada en su relación. También tiene una cita, en un libro de Giacometti, en la que, cuando le preguntan por qué hace tan grandes los pies de sus figuras, él responde: «siempre he tenido la impresión o el sentimiento de la fragilidad de los seres vivos, como si a cada instante les fuera precisa una energía formidable para mantenerse en pie»[13]; esa fragilidad es quizá lo que transmite Claire y su relación, y, a la vez, es el motivo que la hace a ella no ser capaz de soltarlo a él. De este cuento me gusta que, al ser menos obvio, también se siente más honesto en la exploración de la fragilidad de sus personajes, de la premisa de esa relación que es como una trucha boqueando. También es más corto en extensión, y tal vez eso le favorece al lenguaje, que controla mejor los excesos. El cuento está hecho con diversas tramas que impulsan la historia, pero que a veces no soy capaz de enlazar bien, tal vez, paradójicamente, puede que la voz que más sobre sea la del narrador en primera persona, que es la que hila y parece dar sentido, pero que también está escribiendo un texto que le han pedido, sobre una librería, y él lo aprovecha para comparar la habitación de esa librería específica con la ausencia de un niño, porque a la hermana de la pareja del narrador se le ha muerto el hijo, y a esa anécdota, por ejemplo, que además me parece que produce un texto forzado, por parte del narrador, yo no soy capaz de darle un sentido. Este cuento tiene cosas así, que no logro saber si sobran o si solo parecen sobrar.
7
El último cuento del libro, «La vida en la isla de Grimsey», es turbulento e inverosímil como una telenovela serie B. La trama, muy resumida, va así: el hijo heredero de una gran fortuna de un exitoso caballista ha decidido rechazar todo ese patrimonio por desprecio hacia un padre que lo ha tratado con indiferencia. Antes de mudarse va por última vez a la hacienda y al establo donde creció. En el establo encuentra una mujer de treinta y nueve años, que se encarga del cuidado médico de los caballos, que alguna vez también les practicó eutanasias. La mujer se prepara para castrar un caballo, y cuando lo ve, sin hacerle preguntas, le da órdenes de que le ayude en lo que pueda (en este caso sostener una bolsa de suero), él le ayuda, pero se marea viendo cómo ella corta los testículos al caballo como si estuviera cortando un mamoncillo con un puñal. Después se van a tomar un café y él le cuenta que es el heredero rechazando esa fortuna porque siente que él no tiene ningún lugar y no siente ninguna pertenencia con él. Y luego, al regreso, en un viaje de horas, él le ofrece a ella llevarla, con la silenciosa aspiración de tener sexo casual con ella. Ella acepta. En el camino ella bebe y es ella la primera que le dice que si después se van a acostar. Se van a un motel, se acuestan, él se quiere despedir, pero ella lo manipula para que la lleve a un lugar que ella dice que es su casa, pero que al llegar es una casa de campo que sirvió como secta para un grupo de 21 adolescentes que terminan suicidándose, donde también murió su hija de 17. Allá ella le cuenta la historia, entre la tristeza y el terror. Luego él se encariña un poco más con ella y decide llevarla a la casa de ella y dormir allá. Ella, según dice, en agradecimiento por haberla acompañado allá, le hace una felación, y él se duerme sintiéndola. Al despertar se da cuenta de que ella está en el baño, y ha venido pensando que, en lugar de irse hacia ningún lugar, podría quedarse con ella para siempre; entonces va a la tienda, donde el tendero y la esposa, personas amables los dos, le hablan bien de la mujer, luego regresa a la casa, y, solo con entrar a la casa, siente el miedo, porque siente que la mujer se podría haber suicidado, entonces corre al baño y la ve desangrándose en la bañera, él piensa en llamar a alguien para intentarla salvar, pero, en lugar de eso, decide respetar la decisión que tomó, y dejarla morir; luego va a la tienda otra vez, le dice a los tenderos que más tarde le lleven a ella, de parte de él, una bolsa de café. Y se va, rumbo hacia ningún lugar.
El heredero rico que renuncia a su fortuna, la mujer dispuesta al sexo casual, la secta adolescente en una casa perdida en la oscuridad, el suicidio, ¿este cuento lo tiene todo, no? Pero lo inverosímil no es tanto la trama, sino la forma en la que suceden las cosas, yo creo que por culpa de un narrador que recoge los eventos desde afuera, sin entender por qué esas cosas que nos parecen poco comunes pueden suceder. Y entonces los personajes parecen, todos, actuando arbitrariamente, como malos actores, porque el alma, que depende de la capacidad de reflexionar honestamente sobre la razón de los actos de cada uno de ellos, no existe. El resultado es un cuento capaz de impresionar, porque parece ir a la compleja profundidad de unos personajes, y una comunidad, pero, por debajo, si uno lo piensa con algo de atención, igual que los demás cuentos, apenas logra tocar la capa superficial de los hechos, y, de esta forma, es capaz de parecer algo que nunca llega a ser.
[1] Juan Gabriel Vásquez (2008) Los amantes de Todos los Santos. Colombia: Alfaguara. 215 páginas.
[2] «But homesick unto death» página 13. El epígrafe traduce «pero nostálgico hasta la muerte», es una palabra compuesta con los elementos hogar y enfermedad. La trama de este cuento narra la condena, la enfermedad y el regreso de una mujer que mata a su hermana por sentir amenazada la identidad física de su hogar por el futuro marido de la hermana.
[3] «…porque su única justificación era reemplazar una memoria o un afecto en la mente de Madame Michaud para que ahora ella, en el puesto trasero del taxi, se preguntara adónde podía ir, qué lugar quedaba para ella en el mundo» página 22. De esta forma el narrador cierra con la explicación de las motivaciones de Sara, la hermana de Madame Michaud, para haber transformado el terreno hasta volverlo irreconocible para su hermana. Es una explicación que ya se había hecho con anterioridad, cuando Sara rompe un jarrón antiguo de la casa, por accidente, y solo entonces se empieza a sentir mejor, y empieza modificar todo el espacio.
[4] Página 16. Juan Gabriel Vásquez (2008) Los amantes de Todos los Santos. Colombia: Alfaguara.
[5] Tal vez la diferencia más clara entre el cuento y la novela es que en el primero la voz tiende a ser intensa, en el segundo tiende a ser distendida; dentro de esa intensidad el cuento dice más con menos, porque tiene la intención de comprimir la potencia estética y significativa para que explote y se ramifique con el ejercicio de la relectura y la reflexión. La novela, como toda la literatura, tiene un principio parecido, pero, al alargarse y distenderse en su desarrollo tiende a ser menos exigente y rigurosa para quien lee, deja respirar, acepta la distracción. El largo desarrollo de la trama tiende a generar más repeticiones, que le sirven al lector para entender el sentido de lo que se está explorando. La novela, entonces, con más palabras, tiende a decir menos, porque limita la fuerza de la detonación al descomprimirla. El efecto de la novela puede ser más embriagador durante la lectura, como una canción, pero también tiende a llegar menos hondo, porque se establece con mayor suavidad y facilidad. La novela sumerge lentamente, el cuento jala a la profundo, y a veces suelta antes del ahogo. El cuento, sobre todo, sucede en uno mismo cuando se empieza a preguntar por lo que acaba de vivir; la novela sucede en la voz del texto, todo el tiempo, como si fuera la normalidad. Tal vez era por eso que Borges no hacía novelas, para no engañar, para no explicar, para intentar comunicar con honestidad la experiencia auténtica. Porque el núcleo de la literatura no es la palabra escrita, sino lo que sugiere.
[6] «He pictured, in hers, his own redemption», Bernard Malmud, The Magic Barrel.
[7] Página 67. Juan Gabriel Vásquez (2008) Los amantes de Todos los Santos. Colombia: Alfaguara.
[8] Página 71. Juan Gabriel Vásquez (2008) Los amantes de Todos los Santos. Colombia: Alfaguara.
[9] Páginas 60-61. Juan Gabriel Vásquez (2008) Los amantes de Todos los Santos. Colombia: Alfaguara.
[10] Tomado de internet https://ciudadseva.com/texto/conversaciones-con-cortazar/ el 2 de junio de 2025.
[11] Página 12. Juan Gabriel Vásquez (2008) Los amantes de Todos los Santos. Colombia: Alfaguara.
[12] Página 145. Juan Gabriel Vásquez (2008) Los amantes de Todos los Santos. Colombia: Alfaguara.
[13] Página 155. Juan Gabriel Vásquez (2008) Los amantes de Todos los Santos. Colombia: Alfaguara

No te tragues ese sapo, comenta: