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De lenguas y fronteras: La lengua de Özdamar, de Mariana Oliver

@laudomicar

De los ensayos que escribió Mariana Oliver para su libro Aves Migratorias, cada tanto decido regresar a La lengua de Özdamar. Encuentro en él diferentes capas de pensamientos que me hacen pensar en muchas de las cosas sobre las que me gusta hacerlo: la formación de las lenguas y las palabras, la migración, la creación de un lenguaje propio, la historia del mundo, la vida cotidiana que se vuelve escritura.

El asunto nuclear del ensayo, y quizás la razón por la que regreso casi siempre, es la pregunta por la lengua. Apenas y puedo entender algunas palabras en alemán, pero siempre he encontrado fascinante la capacidad que tiene desde su estructura para armar palabras que permitan denotar de manera precisa lo que se necesita decir. En este ensayo, Mariana Oliver muestra cómo, a través del alemán, una escritora turca, Emine Özdamar, va habitando Berlín. Mariana disecciona palabras que encuentra en la escritura de Özdamar para mostrarnos cómo se construye y configura el mundo de esta escritora migrante, que un día decide que su lengua expresiva no será su lengua materna sino la lengua adoptada. En el camino entendemos que el alemán que usan (o usaban) los migrantes que llegaron a Alemania después de la guerra para trabajar y reconstruir las ciudades, no es el alemán que hablan los ciudadanos, sino un alemándetrabajadores, el mismo que habría de adoptar Özdamar y que decide usar, seguramente con otras variaciones, para su literatura (¿alemándeartistas, alemándemigranteturca, alemándepersonaquellevamuchosañosallí?). Que el alemán tenga esa propiedad me hace preguntarme cómo configurarán su pensamiento, teniendo la posibilidad de nombrar cada cosa, sentimiento o sensación con una exactitud casi alarmante. Dicen que, en cambio, los que venimos de las lenguas romances tendemos a adjetivar, a hacer bonitas las cosas que contamos, a escribir con tonos rimbombantes. Y, aceptando todos los estereotipos posibles, quizás esto es una puerta de entrada para entender una parte del porqué somos como somos. En ese sentido, y en muchos otros, el mundo de los idiomas me parece encantador. En algún momento pensé que iba a dedicarme a la traducción, y aunque no pasó, casi siempre ando por la vida haciendo relaciones, encontrando curiosidades, analizando palabras y formas de los idiomas que sé, se me atraviesan o quisiera entender. Preguntándome por las razones y trasfondos culturales de la lengua. Asociando las formas de nombrar con las formas de significar.

Junto al asunto de la lengua está también en este ensayo el de la migración. De una ciudad atravesada por un muro y otra por un río, mitad en Europa y mitad en Asia. De una división de continentes, del hormigón que no dividió sólo una ciudad. De la imposibilidad, aún hoy en día, tal vez más hoy en día, de imaginar integración. De sabernos como humanidad divididos en espacios y lenguas, en muchos lugares con más violencia que en otros. La frontera como un espacio etéreo y a la vez concretamente habitado. Una frontera que la migración casi nunca puede sólo ubicar en el territorio porque la lleva dentro, consigo. 

Entonces, entre lenguas maternas, lenguas adoptadas y fronteras, este ensayo me hace siempre pensar en cómo significamos lo que decimos, en cómo construimos el mundo propio, en el código común que inventamos pero que tiene la fortuna de ser maleable. Vuelvo a este ensayo siempre porque me gusta recordar que nombrar el mundo sí es crearlo, que hay decisiones trascendentales en elegir cómo decir lo que se quiere decir, pero, también, para recordar la tranquilidad de que el significado tampoco está fijo y que tanto las lenguas, como las fronteras, son nuestras, y no de quienes decidieron trazarlas arbitrariamente.


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