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Leer un cuento y asistir a una clase de narrativa: Emma Zunz, de Jorge Luis Borges

@sergiozuluca

Emma Zunz es uno de esos cuentos que no solo exige varias lecturas, sino que soporta una infinidad de lecturas después de que uno cree comprenderlo. Y en cada nuevo abordaje algo queda: una nueva pregunta, una certeza que se escurre, una sutileza que aparece y abre otro camino de interpretación o, simplemente, más razones para admirar un cuento perfecto.

No es perfecto porque la historia sea redonda, sino porque convierte esa redondez en materia narrativa: es un cuento que cuenta una historia, por supuesto, pero a su vez dinamita esa historia para que podamos verle las costuras. Reflexiona sobre el arte de contar. Para hacerlo no usa reflexiones literarias explícitas. Siembra preguntas alrededor de cómo se está contando la historia que estamos leyendo.

Emma Zunz tiene 19 años y recibe —en el primer párrafo del cuento— la noticia de que su padre, que estaba en otro país, ha muerto. Se desconcierta, infiere que se trata de un suicidio, el narrador hace un recuento de los hechos que pudieron detonar aquel desenlace, señala al posible culpable e indica que Emma traza un plan para cobrar venganza. Hasta ahí, un planteamiento propio de un típico relato policiaco.

A partir de este punto, el cuento inicia un doble recorrido. Uno que nos conduce por la ejecución de dicho plan, pero a su vez nos lleva a preguntarnos por los ingredientes secretos o, más bien, fundamentales, de toda historia. Emma decide que para matar a Lowenthal, el verdugo de su padre, debe construir una coartada lo suficientemente creíble para que se imponga a la verdad última de los hechos. Es a partir de esa premisa que el cuento se convierte en la historia de cómo se construye esta historia falsa, pero también en la historia de cómo hacer creíbles los hechos ficticios, es decir, en cómo lograr uno de los atributos claves de toda ficción: la verosimilitud.

Dentro de esa lógica, y en medio de la construcción de esa coartada, hay preguntas subsidiarias que le apuntan a la historia de Emma, pero también al asunto de la creación. El plan de Emma incluye sufrir un abuso sexual por parte de un desconocido, para incriminar al hombre sobre el que tomará venganza y hacer creíble su versión del crímen. Luego de que Emma pasa por dicho abuso para construir su historia falsa, dice el narrador: 

“Los hechos graves están fuera del tiempo, ya porque en ellos el pasado inmediato queda como tronchado del porvenir, ya porque no parecen consecutivas las partes que los forman”.

Con estas palabras el relato está, al tiempo que describiendo para el lector las sensaciones inconexas de Emma, proponiendo una teoría de cómo a la hora de encadenar temporalmente los hechos de un relato, hay que tener en cuenta que no todas las esferas de la realidad se comportan igual, temporalmente hablando. Dentro de la subjetividad humana, los hechos graves se revisten de una cierta atemporalidad que debe tener un tratamiento distinto a la hora de narrar, parece proponer el relato en su dimensión “teórica”.

Acto seguido, se pregunta y afirma el narrador:

“¿En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas y atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían. Lo pensó con débil asombro y se refugió, enseguida, en el vértigo”.

Con estas líneas, el cuento problematiza la condición misma del narrador, despojándolo de su carácter omnisciente. El paréntesis sugiere una consciencia plena del estatuto ficcional que ocupa quien cuenta la historia y de las licencias que este se da, así no haya entrado en la mente de Emma. O, precisamente, porque no puede entrar a la mente de Emma.

De hecho, esa condición de narrador que ocupa una instancia relevante en la historia, y decisiva a la hora de hacer creíble un relato, queda señalada desde un párrafo anterior. Así se indica cómo Emma fue al puerto a buscar al desconocido que le daría un sustento emocional a su versión de los hechos:

“¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba, cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde? Emma vivía por Almagro, en la calle Liniers; nos consta que esa tarde fue al puerto”.

Este párrafo, además de contener una pregunta directa por la verosimilitud, sugiere, con la frase “nos consta”,  que ese narrador es un narrador colectivo. Y es en esa constatación colectiva donde el cuento reitera que, para hacer creíble una historia, no solo hay que fijar la mirada en los hechos, sino en quien los narra.

Pero es en el memorable final de este cuento donde está condensado el juego propuesto por Borges:

“La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido, sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios”.

Un cuento que nos recuerda que, más allá de los hechos, las historias son creíbles en función de una especie de verdad emocional que nos conecta con ellas. Son diversos y misteriosos los caminos que nos conducen a creer, y no siempre los hechos son lo más relevante.


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