“Puedo comprender a don Quijote sin conocer la historia de España”.
Milán Kundera, Ciudad de México, 1979
En la sala pequeña del teatro Dramaten, tras haber recibido el premio Nobel de Literatura en 2003, Coetzee dijo: “voy a leer dos partes de Infancia, la historia de un niño de entre diez y trece años que vivía en Sudáfrica, como yo, en una ciudad como la mía y que tuvo en torno a esa edad sus primeras experiencias con la política y la religión”.
En Infancia, el personaje John Maxwell se reconstruye a sí mismo como quien sacude un mantel viejo y deja volar el polvo que se había instalado en las costuras. Así también se colaba la tierra en su casa cuando era niño: por debajo de las puertas y entre los marcos agrietados de las ventanas. Esa misma tierra se filtra en la escritura autobiográfica: empaña lo comprobable. No borra los hechos, pero los enturbia, los vuelve porosos. Toda memoria es ya una forma de ficción.
El uso del presente continuo de Infancia no es casual. Ahí quiere fijarse el lugar del narrador, quien está en el ahora reflexionando sobre sus recuerdos de la infancia. Con esta conjugación del verbo se borra la distancia entre el niño y la voz que reflexiona. Y esto, como dice De Castro citado por Adela María Cantillo (2014), “revela otra lectura de la experiencia, imposible de lograr en la toma de conciencia inmediata de lo vivido: el paso de la experiencia inmediata a la conciencia en el recuerdo conduce a una nueva modalidad del ser”.
Entre el fango que existe en lo recordado, lo imaginado, lo deseado y lo reprimido está el salto a lo inverificable, como lo llama Juan José Saer. Ese, creo, es el que dota a la novela de Coetzee de la posibilidad de explorar la existencia humana durante esa parcela enigmática y siempre abierta al regreso a la que llamamos infancia. En ese entrecruzamiento entre verdad y falsedad la ficción encuentra su materia: su tarea no es dirimir el conflicto entre lo verdadero y lo falso, sino sostenerlo, trabajarlo, transformarlo. Lo esencial no es comprobar que algo fue así, sino que pudo haber sido. Esa posibilidad es suficiente. Ese es el barro que modela la ficción autobiográfica.
Aquel niño que se pregunta sobre la identidad, el deseo, la vergüenza y la pertenencia a la tierra fue y es él, Coetze. Pero, como él mismo advirtió en Estocolmo, puede también no serlo. Quizá es cualquiera y soy yo. Sí, soy yo. Aunque no en medio de las vías del ferrocarril y la carretera nacional sudafricana a las afueras de Worcester; soy yo entre los diez y los trece años en Medellín, Colombia, entendiendo el lugar de las cosas: el de mis padres, el de la muerte, el de la obediencia, el de la fe, el de la rebeldía, el mío.
“Descubrir lo que solo la novela puede descubrir es la única razón de ser de una novela”, dijo Milán Kundera en 1983 durante una conferencia en Estados Unidos. Y, narrada desde los detalles de la vida de provincia en la Sudáfrica de los años 50 en pleno posapartheid, eso hace Infancia. Y El acontecimiento. Y Nada se opone a la noche. Y novelas autobiográficas llenas de particularidades que logran tocar lo universal.
¿Cómo se hace para escribir de lo propio diciendo verdades humanas? No sé. Ojalá lo entienda y lo practique algún día. Pero es claro que no es resultado de haber reconstruido con exactitud histórica cada escena de lo vivido. Quizá es gracias a haber trascendido la limitación positivista de lo verificable y dar una búsqueda menos rudimentaria y periodística de lo real. Ese es el espíritu de la novela: una fractura entusiasta entre lo constatable y las verdades posibles.
John es John o cualquiera o yo por sus reflexiones, sus consideraciones con los demás, sus vergüenzas y sus culpas. Es John por sus palabras claves, por madre, secreto, granja, palizas, piernas y anormal. Pero en las páginas de Infancia también es Paulina, sin Rusia, Segunda Guerra Mundial, críquet o apartheid.
La reproducción total de la memoria, cuando esta es una hebra deshilachándose todo el tiempo, resulta irrelevante. Y por eso volvemos, una y otra vez, a la novela. Leer esa infancia ajena es una forma de volver a la propia. De no olvidarla. De no olvidarnos. Siquiera existe esta forma de relato.

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