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Cómo perder el tiempo y el espacio (sobre Pura pasión, de Annie Ernaux)

@daniellenavarrobohorquez

Para María Paulina

Quiero complacer al técnico del grupo y por eso voy a empezar esta reseña con la presentación del libro: Pura pasión de Annie Ernaux es la historia de una mujer que, desde septiembre del año pasado, no ha hecho más que esperar a un hombre. Tal vez bastaría con decir que Pura pasión de Annie Ernaux es la historia de una mujer atrapada en el instante de la espera; o, más bello aun: la historia de una mujer que mira el tiempo y ve a un hombre metido en todas sus horas.

Miento: Pura pasión no es en verdad una historia. Lo digo en términos técnicos, otra vez —porque mi deseo es complacer al técnico—, y con esto me refiero a que en Pura pasión hay personajes y hay tiempo pero no hay espacio, y una historia se define por la consistente triada personaje-tiempo-espacio. 

«Yo no era más que tiempo pasado a través de mí» (p. 19), dice la narradora.

Pura pasión es un ensayo sobre una mujer que aspira a la ociosidad total: una mujer que evita todo aquello que pueda alejarla de su obsesión: «Me habría gustado no tener nada que hacer salvo esperarlo» (p. 17), dice. La ausencia es para la protagonista el motor del tiempo; es decir que hay tiempo cuando hay espera: las horas pasan cuando la amada cree que el amado ya viene.

Pero él tarda en llegar. Pura pasión es un ensayo sobre el tiempo que avanza cuando no hay presente ni presencia; sobre un tiempo que es, a la vez, un espacio ocupado por alguien ausente.  

Pura pasión es un ensayo sobre un hombre sin cuerpo en la vida de una mujer; sobre cómo hacer del tiempo un espacio: un ensayo sobre cómo perder el tiempo y el espacio. 

«El tiempo ya no me llevaba a ninguna parte, solo me envejecía» (p. 53), dice la narradora.

Diría el técnico que el hombre de Pura pasión no es personaje porque no tiene presencia ni tiene presente ni tiene cuerpo: aquí el hombre-personaje es el relato del hombre-personaje, y existe solo en las repeticiones obsesivas de los pensamientos de una mujer: «Me parecía que tenía todo el derecho del mundo a oponerme a lo que me impedía entregarme sin límites a las sensaciones y a los relatos imaginarios de mi pasión» (p. 40), dice ella.

Parecería que el relato de ese hombre-personaje solo pudiera existir en un tiempo que se repite infinitamente en el pasado y así dura para siempre porque no tiene un punto final definido.

Como en los sueños, en el tiempo de la pasión decimos «Yo estaba allí» en vez de «Yo estuve allí». Cuando digo: «Pasábamos tardes enteras haciendo el amor» o «nos besábamos y nos acariciábamos hasta oír los pájaros» estoy hablando de una acción instalada en el pasado, pero se trata de una acción infinita: no es claro, ni para ti ni para mí, cuándo dejamos de hacerla. 

¿Hemos dejado de hacerla?

«Quería obligar al presente a convertirse otra vez en un pasado abierto a la felicidad», dice la narradora (p. 56).

El tiempo de la pasión se conjuga en pretérito imperfecto: tiene más duración y más vínculo con el presente decir «te besaba» que «te besé»; decir «te acariciaba» que «te acaricié». Por eso el recuerdo —el relato de la pasión— será siempre más intenso (y más largo) que la misma pasión vivida.

Cuando una espera muy larga termina, aquel que vuelve ya es otro: no porque haya cambiado, sino porque lo ha transformado la imaginación de quien lo esperaba. 

Tal vez a eso se refiere la narradora cuando dice que «el hombre al que se ama es un extraño» (p. 36).

Aquel que regresa ni siquiera es ficticio, tampoco irreal: es, simplemente, otro, distinto del que se había instalado en el cuerpo: no será ese el que vivirá para siempre en el pretérito imperfecto de la imaginación, embellecido por el derroche general, necesario, inseparable de una pasión que le hace creer a uno que es capaz de todo: «De deseos sublimes o letales, de falta de dignidad, de creencias y comportamientos que tildabas de insensatos en los demás hasta que tú misma recurres a ellos» (p. 74).

Dice Annie Ernaux que una pasión es una suerte de obsequio devuelto: un goce violento e inexplicable, un lujo. 

Y no cualquiera puede disponer del tiempo ni de la libertad ni de la suerte para vivir aquello.

Astillas

  • Cité la edición de Tusquets (2019).
  • Esta reseña fue producto de una emergencia y se escribió en una noche y una mañana laboral.
  • Ayer ensayé todas las conjugaciones posibles para el verbo “zafarme” con mi amiga María Paulina. Por eso le dedico este texto, que parece más una declaración de amor que una reseña (eso diría el técnico).

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