La muerte de Mario Vargas Llosa me sorprendió sin haber leído su título más mediático, La ciudad y los perros. Por algún motivo, fui aplazando la primera novela de este autor y me dejé llevar por las obras de su etapa de consolidación y madurez. En ellas encontré deslumbramiento, conmoción, exigencia y placer. Este puede ser un buen momento para, por fin, abordar su ópera prima. Por ahora, recomiendo aquí las dos novelas que más entusiasmo me generan cuando pienso en el escritor peruano.
Conversación en La Catedral
Esta novela es tan monumental como el juego que propone su título y representa un reto exigente para el lector. Es fragmentada, presenta dimensiones temporales y espaciales revolucionarias, y solo hacia el final se aclaran ciertas cosas que a lo largo de la narración se insinúan como acertijos. Escenas intensas, cuyo contexto se devela con posterioridad, y personajes que se descubren solo en el último cuarto de las 620 páginas, hacen de esta una lectura de largo aliento, que exige concentración y una gran cooperación del lector. Al final, el esfuerzo se ve bien recompensado cuando uno contempla la magnitud y hondura de lo que ha leído.
Santiago Zavala es uno de los narradores y protagonistas de la novela. Al principio de la narración lanza quizá la pregunta más icónica de la literatura latinoamericana: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. Es también una pregunta por el momento y la razón en que se jodió su vida, pero, además, es una pregunta por cuándo se jodieron varios de los personajes que atraviesan la novela y están sitiados por la desgracia.
El régimen de Manuel Arturo Odría —que gobernó como dictador al Perú entre 1948 y 1956, trasfondo histórico de la novela— podría surgir como una respuesta fácil. Pero uno se percata de que sería una explicación demasiado simple. El desencanto de Santiago y la desgracia de los demás personajes configuran una especie de peste espiritual que, a la larga, se revela como una peste latinoamericana, de la que quizá no hemos salido. Esa es una de las grandes preguntas que quedan flotando después de leer Conversación en La Catedral.
Impresiona el rostro del mal en esta novela. Por momentos, es una lectura incómoda, demasiado real. Y es que leer a Vargas Llosa es tener la certeza de que no habrá flaquezas en el pacto ficcional. Es de esos escritores que tienen la verosimilitud como objeto de perfección. Sus páginas son una muestra de cómo este autor lo entendió todo sobre el ser humano y, antes que juzgar o adjetivar, lo muestra en sus ficciones.
La fiesta del Chivo
La fiesta del Chivo contiene dos de las escenas más impresionantes que he leído en la literatura. Esta novela también se enmarca en un régimen totalitario: en este caso, el que vivió la República Dominicana entre 1930 y 1961 bajo el mando de Rafael Leónidas Trujillo. La del asesinato del dictador es una de las escenas a las que me refiero. Este crimen es uno de los grandes hilos de los que va tirando la novela, desde que nace la conspiración para derrocar al tirano. La otra es la escena del abuso sexual que sufre Urania, una de las narradoras, por parte de Trujillo. Aparece hacia el final del libro y es el develamiento descarnado del trauma que Urania va describiendo desde el principio del texto.
Para entender las dictaduras latinoamericanas —y la dominicana en particular— esta novela resulta más reveladora que cualquier análisis teórico o académico. Vargas Llosa logra retratar, con un realismo asombroso, la represión, la corrupción, la megalomanía y la crueldad de los verdugos, así como todos los mecanismos mediante los que un régimen totalitario sobrevive, se sostiene y se fortalece.
Al construir el retrato de Trujillo como el depredador sexual que fue en realidad, esta novela es también un testimonio sobre cómo el poder a menudo se entrecruza con el abuso; sobre cómo el cuerpo de las mujeres pasa a ser un territorio de dominación simbólica y real en regímenes como los que aquí se describen.
Vargas Llosa, criticado y hasta cancelado en los últimos años por sus opiniones políticas, paradójicamente construyó un corpus literario sólido y fértil para desnudar los horrores de los totalitarismos. Varias de sus obras se encargan de mostrar las grandes cicatrices que las tiranías dejan en quienes las padecen.
Entre los muchos atributos de la literatura, uno de los más poderosos es su capacidad para trascender la denuncia panfletaria. A veces no se trata solo de llamar a las cosas por su nombre, sino de construir un mundo para habitarlas. Y, como para habitar hay que creer, entonces los personajes, las atmósferas, las escenas y las tramas deben ser verosímiles. ¿Y eso cómo se logra? Pregúntenle a Vargas Llosa a través de sus novelas.

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