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La ligereza de Juan Cárdenas, o “Ante la ley (de gravitación universal)”

Por: Kevin Ortiz (Espécimen migratorio)

El año pasado Juan Cárdenas publicó La ligereza, cuatro textos ensayísticos que tienden al desborde, a salirse de su forma de ensayo sin terminar de hacerlo. Esto no sorprende, la escritura de Cárdenas siempre se ha parado deliberadamente en la frontera, una figura central de ella es la rebaba. Las cosas siempre se desbordan y no hay mayor misterio que el de la materia, siempre rebozando las ideas que la contienen.

Para Cárdenas, el gran arte siempre parece flotar. Por medio de ejemplos y de constantes precisiones, se configura esa idea de la ligereza que conduce todo el primer ensayo, y lo hace de la manera más ligera posible. Ya nos ha advertido, la ligereza no es lo mismo que la frivolidad, la frivolidad es de una pesadez apabullante. Alrededor de esta doble metáfora de lo ligero y lo pesado, gira el discurso, flota. Uno de los argumentos principales de este texto es su forma misma. Párrafos larguísimos que se sostienen en el aire por el soplido que les infunde cada frase, con las que nos hilvana algún cuento tanto como nos habla de los Caprichos de Goya, o de una cuenta de TikTok. Para hablarnos de la ligereza, pone a levitar un texto frente a nuestros ojos, mientras nos dice: no es fácil distinguir la ligereza.

Quiero detenerme en esta metáfora porque hay algo importante en lo que implica. Quisiera examinarla a la luz de otra metáfora que funciona de manera similar, la de la pesadez y la gracia en el texto del mismo nombre de la mística francesa Simone Weil. Weil nos dice: “Dos fuerzas reinan en el universo: luz y pesadez”. También nos dice que las cosas espirituales se rigen por leyes análogas a la de la pesadez material. La luz, la gracia, se contraponen a esas leyes, en cuanto no están sometidas a la fuerza de gravedad, fuerza cuya fuente proviene de abajo. Por lo tanto se puede trazar una especie de paralelismo entre luz, gracia y ligereza. Lo esencial en la manera en que funcionan estas metáforas es que apuntan a la relación entre causa y efecto. La ley de la gravedad es instintiva, si soltamos una piedra, sabemos que va a caer, no hay ningún tipo de sorpresa. Y no solo para nosotros, cualquier otro animal también espera que las cosas caigan. El mundo que gobierna la pesadez es el mundo de la previsión, un mundo en el que el efecto está tan estrechamente ligado a su causa que todo es lo que es, lo que debe ser. Todo lo rige la ley.

Por el contrario, está el otro lado de la metáfora. La luz como objeto no sometido enteramente a la gravedad, que llega de arriba hacia abajo, pero sin caer porque no tiene peso. La ligereza como resistencia de la materia a la ley de la gravedad. En el fondo, esta parte de la metáfora implica un enrarecimiento en esa relación de la causa y el efecto, o incluso una transgresión. Como si a una causa le sucediera el efecto de otra causa distinta. Por ejemplo, como si al soltar la piedra cayera hacia arriba, o se quedara suspendida. O si al lanzarla con fuerza, la piedra empezara a surcar los aires con la gracilidad y la cadencia de un avión de papel. En su poema Resistencia, Lezama Lima nos dice:

En el mundo de la poiesis, en tantas cosas opuesto al de la física, que es el que tenemos desde el Renacimiento, la resistencia tiene que proceder por rápidas inundaciones, por pruebas totales que no desean ajustar, limpiar o definir el cristal, sino rodear, romper una brecha por donde caiga el agua tangenciando la rueda giratoria.

El mundo del arte se opone en muchas cosas al de la física. Por lo tanto es totalmente natural que en este mundo la relación causa-efecto se enrarezca, se tuerza, amague con torcerse pero quede igual, que titile. Abre una brecha en el centro de la ley por la que puede circular el agua.

La ley y la brecha son fundamentales para entender cuán estrechamente ligadas están las demás imágenes que recurren en los otros ensayos, como la del zorro, que aparece en La ligereza y en Alrededor de una crisis de fe. El zorro, nos dice Cárdenas, juega un papel ambiguo en el mundo andino. Su figura se asocia al caos, al irrespeto de las leyes que dividen el mundo de arriba con el mundo de abajo. Es un animal astuto, terco, orgulloso. Aparece en las historias jugando un rol moralizante, mostrando el por qué no se deben irrespetar las maneras de la sociedad. Sin embargo también engaña a animales de jerarquía superior y a veces se sale con la suya. Esta figura del zorro está lejos de aparecer de una manera moralizante en el ensayo de Cárdenas. Lo que resalta es su papel desestabilizador, su facilidad de cruzar los límites, de habitar en la brecha de la ley. No solo es ligero, es también la imagen de cómo funciona el arte, es decir la ligereza. El zorro es la violación del orden, sea cual sea ese orden, en conquista del placer de lo gratuito.

Se juntan entonces estética y política. Pero en realidad no se juntan, siempre estuvieron unidas. Estética y Política son como dos hermanas siamesas, hay partes de su cuerpo en que es fácilmente discernible que una es una y otra es otra, pero también hay una zona en que esa distinción quizás es imposible. Otra de las ideas que recurren en los ensayos es la distinción entre comunidades atávicas y comunidades compuestas. Esta distinción, hecha por Édouard Glissant y central en la argumentación de Dos jergas de la autenticidad y Parábola del no retorno, evidencia los mecanismos de la ficción que sostienen tanto los proyectos colonialistas como el trauma original del mestizo. Las comunidades atávicas son comunidades legítimas, sostenidas por un linaje rastreable y claro, y sobre esta ficción es que se sostiene la idea de la blanquitud. Por otro lado, las comunidades compuestas son las que, después del choque traumático contra una comunidad atávica colonizadora, quedan con un linaje ilegítimo que no puede darles un mito fundacional. Las comunidades compuestas son comunidades mezcladas, revueltas, bastardas. Ante esto, Cárdenas nos dice que en realidad no hay comunidades atávicas, todas las comunidades son compuestas. Pero además hay un juego que permite leer esta dicotomía en la misma clave de cómo funciona la ligereza y cómo se mueven los zorros.

Cárdenas, al hablar de Faulkner, lo llama “abuelo (i)legítimo de los novelistas latinoamericanos”. ¿Cómo leer esa “(i)”? O más bien, ¿cómo leer la intención detrás del recurso? La frase, así escrita, se encuentra en la mitad de otras dos: “Faulkner, abuelo legítimo de los novelistas latinoamericanos” y “Faulkner, abuelo ilegítimo de los novelistas latinoamericanos”. La primera de estas dos frases, que es, por así decirlo, el sustrato en el que se implanta el paréntesis, tiene algo de risible. Qué figura más extraña la del abuelo legítimo. Su enunciación es casi ridícula por lo inocua, un poco desorientadora. Y sin embargo, sirve para ponerle un horizonte a la segunda frase. Esta es, en cambio, una frase más interesante, sea cual sea el papel de un abuelo ilegítimo hay algo de terquedad ahí. ¿Cómo llega alguien a ser abuelo ilegítimo? La  (i) implanta la ilegitimidad en la legitimidad. Y me parece un buen momento para recordar que todo este tiempo hemos estado hablando de la ley. La palabra “(i)legítimo” no es ni “legítimo”, ni “ilegítimo”. El recurso alude a un titilar, a una inestabilidad en la misma ley. Se podría pensar que Faulkner es el abuelo legítimo precisamente por su ilegitimidad, o al revés. Y ese temblor de esa palabra bastarda, que no es ni una ni la otra, es el lugar de la resistencia político-estética al que apunta La ligereza. Porque no es un temblor de miedo, es un temblor de placer.

La lógica es esta: si la pesadez, la predictibilidad del efecto a partir de la causa, el valor intrínseco de una identidad fija como la blanquitud, fueran inmanentes e inminentes, si no existiera el sabor, la ligereza, el vuelo que atraviesa la gravedad, estaríamos jodidos. Pero existen, hay una secreta ruptura que opera en el mundo, una escisión constitutiva de la realidad, necesaria, y que también constituye al arte.


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