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El diablo de las provincias y el país de lo inconcluso

IG @paulitejadat / X @pecasinsoladas

A mi tío lo mataron

Se enamoró de la novia de un traqueto. Lo mataron por robarle el carro. La novia de un traqueto se enamoró de él. Ah, no, tú tío se murió porque no se dejó robar un carro. Le dispararon por defender a una mujer a la que un traqueto acosaba. Tan buen hombre, iba a ser médico, y lo mataron jovencito. Es que en los años 80 la cosa en Envigado era brava. Lo intentaron atracar y ahí quedó. Tú sabes que vivimos en un país donde mueren inocentes.

No conocí a Juan Alonso, mi tío. De hecho, no sé si sea mi tío porque, aunque fue hermano de mi mamá, murió antes de que yo naciera, murió antes de ser tío. Tampoco supe por qué lo mataron ni quién lo mató. Siempre hay una versión distinta. Sé que fue otro, que fue sorpresivo, que estudiaba Medicina y que soñaba tener un refugio de perros, gatos, gallinas y marranos.

La historia de su asesinato es una enunciación corta, rápida y eficaz para que no existan los alargues. Mi abuela elige repetir la versión del carro. Se desmorona por dentro cuando escucha su nombre. Cambiamos de tema, entonces. Y solo quedan ecos: traqueto, novia, robo, pistola, violencia, carro; ecos, no hay relato. A Juan Alonso lo mataron, también, cuando dejaron de hablar de él para no ponerle nombre a su muerte. 

Evaporar el relato

Juan Cárdenas evocó a mi tío más o menos en la tercera lectura de su libro El diablo de las provincias. En la primera, me contó sobre un biólogo que retornó a una ciudad provincial y eligió el fracaso como su identidad sobreviviente; en la segunda, me advirtió que los monocultivos expansivos y avasalladores de la agricultura industrial salieron de la tierra para llegar a las ciudades en forma de casas iguales, centros comerciales, autopistas y cultos —políticos, económicos y religiosos—, homogeneizadores de formas de pensar, mirar, sentir y vivir. Luego me puso de frente la imagen fragmentada de Juan Alonso.

Mi incapacidad para tejer la telaraña de la vida de un familiar con los enunciados en miniatura que he podido rescatar de su muerte es la misma incapacidad del biólogo, personaje principal de la novela. Ambas se deben al régimen narrativo de un país que sostiene su impunidad en los relatos inconclusos, el país de El diablo de las provincias. En él, que es el mismo país mío, la evaporación del relato existe. Se mantiene a sí misma y mantiene, también, otras marañas ocultas, mientras controla y pulveriza la memoria, las conexiones y las construcciones de sentido. Este régimen narrativo, presente textual y formalmente en este libro, es una de las exploraciones de Cárdenas: ¿cómo contar un país que se niega a contarse? Inmiscuyéndose en ese mismo régimen.

Juan Cárdenas hace del regreso del biólogo una travesía de historias empezadas, de “puros amagues de cuentos” (p. 130), como dice “el díler”, otro de los personajes. El biólogo, coherente con el despojo del monocultivo, clave conceptual que tantas veces se reitera en la trama, se despoja también de su identidad y se entrega a la resignación. Pero, más allá de eso, se entrega al régimen narrativo de la ciudad enana: lo hace el régimen narrativo de su propia vida y Juan Cárdenas lo convierte en el régimen narrativo de la novela.

En El diablo de las provincias hay una profesora con una licencia de maternidad que no termina, desapariciones y embarazos de jóvenes estudiantes sin respuesta, un tío enloquecido con una historia repleta de borrones, una producción televisiva sin claridades, una ‘palanca’ para conseguir trabajo en un colegio que nunca se conoce, un ‘Caballero de la fe’ poderosísimo sin cara, un hermano asesinado cuyo crimen se desecha por enredado, un padre que nunca aparece, un técnico cuyas amenazas tienen éxito más no consecuencias, una directora de un colegio aliada con fuerzas oscuras… y una lista de historias que se nombran sin concluirse.

Así, la novela trasciende el relato del biólogo y se convierte en uno sobre lo inconcluso, haciendo de la literatura un artilugio que significa no solo a través de lo que narra, sino también de la intertextualidad y la configuración intencional de la forma en la que lo narra. El diablo de las provincias abre un espacio al presentar aquellas fábulas en miniatura sin profundizarlas ni cerrarlas, permitiendo y dinamitando que las relaciones sucedan en la mente del lector. La invitación está explícita: “El verdadero humboldtiano no trazaría únicamente redes paranoicas de información, sino que además haría un esfuerzo por establecer conexiones sensibles” (p. 111).

Dos voces que buscan

El narrador está pensado como un organismo vivo, pero a la vez como una especie de conmutador de voces. Para los que no saben, aquí había una empresa que se llamaba Telecom. (…) Allá tenían una especie de consola gigante en la que iban conectando cablecitos para establecer las llamadas. El narrador es una especie de aparato de estos, mediante el que puedes entrar a las distintas voces. Es la interferencia. (…): lo que estás escuchando no es una sola capa de voz, a veces son tres, cuatro capas simultáneas sonando a la vez. (Cárdenas, 2018, en Sombralarga)

Los personajes se turnan la voz y el narrador cede su espacio a aquel cruce de diálogos externos o internos entre ellos, pero existen dos de esas voces que son claves para el propósito de develar el régimen narrativo que presenta Cárdenas: las del biólogo y “el díler”.

A través del primero, el autor se aproxima a la idea de detective fallido e introduce el código de la biología como un camino no positivista para encontrar relaciones, hacer conjeturas y unir fragmentos. Que el biólogo sea un biólogo no es una elección casual ni tampoco tiene que ver, únicamente, con la relación con la naturaleza. Señala también una relación con la forma de configurar conocimiento. “La biología es muy particular. Trabaja con indicios, con restos, con pedazos y conjeturas, por mucho que haya avanzado”, dijo Cárdenas en 2018 en entrevista con Grado Cero. 

Por otro lado, “el díler” se inmiscuye en esa búsqueda con una lupa distinta, una suerte de clarividencia que lanza cuestionamientos del orden moral de la vida contemporánea, como “lo normal en este tierrero es que uno no sabe ni por dónde empezar a contar los cuentos, porque no hay un cuento sino puros amagues” (p.130).

Fabricar las pistas que no resuelven

“La literatura no es una operación matemática y
menos mal que no lo es, pero en la literatura hay
muchísima geometría, como la hay en la música.”

Juan Cárdenas (2017) en Letras Libres

Juan Cárdenas orquesta la información y el lenguaje al servicio de su búsqueda, que no solo es literaria, sino también filosófica y política. Él sabe que detrás de una novela existen operaciones calculadas que la hacen plurisignificativa, así que no solo regala pistas al interior del texto mediante apuntes y pensamientos en voz de los personajes, sino que también invita al juego de la significación activa con el título, el subtítulo y los comentarios en la contraportada.

·   Título: El diablo de las provincias

Funciona como un código de lectura que se enciende con la figura del diablo. Teniendo en cuenta que Cárdenas, además de escritor, es traductor y conocedor del lenguaje, es importante preguntarse por la elección de cada una de las palabras. Diablo viene del verbo griego ballein, que significa lanzar, arrojar o tirar. Con el prefijo sim, que es “uno solo, en relación, en encuentro”, se forma la palabra símbolo, eso que le da sentido a aquello lanzado, tirado. Pero con el prefijo dia, todo cambia. Dia quiere decir “que divide, disocia o separa”. El diablo, entonces, es el que no permite la unión, la conexión entre las cosas.

Irónicamente, en El diablo de las provincias, la figura del diablo se convierte en un símbolo. Entendiendo que el diablo es el que separa y a la vez es el poder oscuro, el lector obtiene la posibilidad de leer que El diablo de las provincias no solo narra muchas historias particulares irresueltas, sino que también narra que, precisamente, existe un régimen narrativo mayor que solo permite lo inconcluso y que justamente es a través de ello que perpetúa y sostiene ese poder.

El uso de la palabra diablo en el título significa de forma connotativa en tanto se aplica como figura demoniaca, oscura y viva, pero también como estructura discursiva. El diablo es el contenido que se presenta en la “tupida maraña”, como se refiere Cárdenas a su novela (2017, en diálogo con su editor Julián Rodríguez, de Periférica), y es la “tupida maraña” en sí misma. Recibir este código del título le abre al lector una de las varias vías que le deja el autor para encontrar en la novela ese “mapa de la impunidad” (Cárdenas, 2017) que no permite la relación ni las búsquedas.

·   Subtítulo: Fábula en miniaturas

A la fábula se le reconoce no solo por ser una composición breve, sino también por servir como un medio para exponer las costumbres y los vicios sociales, así como las características universales de la naturaleza humana. En este sentido, El diablo de las provincias usa relatos fabulescos sin moralejas para develar diversas dimensiones del ser y habitar en las provincias. 

Pero la idea de fábula en miniaturas funciona también como un juego. Aquellas pequeñas fábulas hacen parte de un relato mayor cuya formación, interconexión y desarrollo sucede en la misma lectura. Siguiendo a Ricoeur (1985), “solo en la lectura, el dinamismo de configuración termina su recorrido”. Así, aunque la narración en sí misma esté llena de inconclusiones, la lectura completa hace posible, materializa, la intención narrativa del autor.

Algunas citas de la novela que hablan sobre aquel modo de fragmentación que presume la formación de una imagen completa:

… y durante unos minutos, con el porro humeándole entre los dedos, podía ver cómo caía sobre el pasto húmedo el revoltijo de cosas todavía palpitantes y empapadas, recién molidas: la ciudad al otro lado del mundo, frases en otros idiomas, (…) pedazos de memoria reciente que él trataba de procesar y estirar como si rellenara con desperdicios una especie de salchicha, deseoso pero a la vez atemorizado por la posibilidad de tropezar con algún objeto que diera consistencia y sentido al conjunto. Porque él sospechaba que en últimas la luz, la superficie suave con la que se le presentaba tal o cual recuerdo, la inminencia de un olor feliz que no llegaba, todo eso estaba secretamente recorrido por un orden, por una consigna que no acababa de formularse para él. (p. 23)

Sentado en la banca de concreto, rodeado por el olor del romero, el biólogo sintió por fin que todo hervía en un mismo dibujo: las emociones y las ideas, los datos, los recuerdos del tío, un bebé con la cara peluda, la prótesis de una pierna, una virgen abandonada en un nicho con forma de concha, el asesinato de su hermano, un hombre con cabeza de escarabajo, un monocultivo de edificios, la pasiflora, los ojos desorbitados del tío Remus, perdido en el tiempo de zip-a-di-du-da. Todavía no entendía nada, pero la imagen viviente empezaba a cobrar forma. (p. 114)

No hay mejor forma de matar una historia que volviéndola cada vez más complicada, ahogándola de información inútil y desconcertante. La atención del lector se va dispersando en las mil y una ramificaciones de una trama cada vez menos tensa, cada vez menos interesante y es de esta guisa, señoras y señores, es con estas mañas de culebreros y cuentacuentos, como se fabrican las impunidades de este país. (p. 122)

·   Comentarios en la contraportada

La cubierta trasera del libro tiene una función general de presentar diversos detalles sobre lo que este contiene. En el caso de El diablo de las provincias, la contraportada expone cuatro comentarios acerca de la novela, el primero siendo escrito por la editorial Periférica y los otros tres por críticos lectores.

No es casualidad que desde la presentación editorial se mencione la influencia sciasciana en Juan Cárdenas. Otra vez, una pista de lectura que trasciende la trama del biólogo y su retorno, y que invita al lector, que casi siempre lee la contraportada antes que el interior del libro, a poner especial atención en la forma en la que está construida la narración.

Y, ¿quién es Leonardo Sciascia? Un autor siciliano que, dentro del género policial plantea una epistemología diferente a la policial clásica, que suele apuntarle al descubrimiento y a la revelación de la verdad. Sciascia, contrario a esto, hace un gesto en el que, en palabras de Cárdenas (2017, Librería Traficantes de Sueños) “hay que navegar en una especie de tupida maraña en la que el conocimiento positivo es imposible, entonces ¿qué clase de conocimiento se produce en esa maraña?”.

Según comentó el autor en la misma conversación, aquella pregunta fue trasladada al contexto provincial del Gran Sur: “¿qué contar cuándo todo está hecho para que el relato desaparezca? (…) Lo que termina uno rastreando es una especie de mapa de la impunidad, a lo sumo”. Y, justamente, la misma pista de lectura da el comentario de Edmundo Paz Soldán, para El boomeran(g): “Las novelas de Cárdenas sugieren que a ratos sentimos que entendemos el pavor de la historia; que a ratos vislumbramos la clave de nuestra vida”.

El diablo que permite lo diabólico y lo diabólico que sostiene al diablo

Aunque la lectora no hubiera sido yo, con o sin un tío asesinado en la experiencia de quien lee, Juan Cárdenas supo hacer un entramado inteligente y astuto para poner en evidencia, sin contarlo, aquel régimen pulverizador del relato y la memoria presente en las familias, en las casas, en las provincias.

El diablo, esa imposibilidad de unir, de significar y así poder fabricar y concluir narraciones, es lo que permite lo diabólico: el poder oscuro detrás de las situaciones de injusticias económicas, sociales y judiciales de las provincias. De la misma manera, es ese articulado diabólico de figuras y poderes —algunos visibles, otros ocultos; algunos heredados, otros prestados— los que utilizan a su favor la estructura narrativa que convierte en humo la palabra, la identidad y las búsquedas profundas.

Esta es, entonces, una de las configuraciones más importantes detrás de El diablo de las provincias, pues a través de ella Cárdenas supo hacer de la lectura de ese diablo una telaraña de posibles descubrimientos y miradas plurales que, con pequeños indicios, demuestra que la escritura no está solo en lo que queda escrito, sino en lo que permanece en el aire, vaporoso, a la espera de que el lector lo junte, lo vuelva símbolo y lo arrebate del diablo.

“Cada indicio añade más misterio y más significado, hace reverberar los significados. Y más en nuestras sociedades, que son sociedades en las que todo trabaja para la impunidad.”

Juan Cárdenas en entrevista con José Castellanos, 2018, para Sombralarga


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